En su discurso inaugural del curso político, Emmanuel Macron anunciaba a Occidente que “estamos viviendo el fin de la abundancia, el fin de lo obvio y el fin de la despreocupación”. Quizás algunos aspiraban a que pudiésemos entrar en guerra contra otros sin que alterara nuestras vidas.
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Rusia tiene claro que la guerra fría alrededor de Ucrania la quiere jugar en las casas y urnas de los europeos. La Guerra de Ucrania está cambiando el mundo y para revertir la invasión rusa es necesario que la población occidental esté dispuesta a hacer sacrificios. A los rusos el sacrificio se los impone un régimen autoritario, pero en Occidente está en manos de la población. Las consecuencias son imprevisibles.
Abandonar la era de la abundancia tiene que ser, en primer lugar, dejar de vivir en la era del olvido porque la mayoría de la humanidad y un tercio de las sociedades occidentales sufre la era de la escasez. Pero es cierto que dicha abundancia ha inducido un mundo de arrogancia y materialismo. La despreocupación nos ha desconectado de la propia realidad.
Compromiso cristiano
El impacto que tiene sobre la religión en la vida pública es enorme porque el anuncio de Macron se inscribe en una crisis mayor. No es sostenible un mundo en el que los ciudadanos vivamos despreocupados y sin compromisos intensos y operativos con el mundo, y el compromiso que está más en el centro de la crisis es el compromiso con la verdad.
Efectivamente, estamos en una edad en la que no basta que las cosas sean evidentes para que sean reconocidas de esa manera. Hemos entrado ya en la Edad del Ser, donde el vértice de la crisis afecta a qué son las cosas. El cristianismo puede aportar en esta crisis sobriedad, compromiso y la evidencia del amor.