Unos cuantos titulares, muchas manos a la cabeza durante un cuarto de hora de tertulia y la vuelta al ombliguismo. Tres años intensos de un destacable trabajo de investigación corren el serio peligro de quedar arrumbados en la feria de las vanidades que estamos viendo estos días, con ese intercambio de cromos de niños malcriados en su primer día de colegio a la vuelta de vacaciones, que es para lo que ha quedado el espectáculo de la constitución de los nuevos ayuntamientos salidos de las urnas del 26 de mayo.
El VIII Informe FOESSA en un considerable tocho de 600 páginas que predice el futuro a medio plazo mirando en las entrañas de una sociedad que se está descomponiendo. Si algunos y algunas de los que en estos días han cogido la vara de mando para algo más que para subir sus fotos a las redes sociales se asomasen al abismo que radiografía este concienzudo estudio, se les helaría probablemente el selfie.
Por eso, el informe FOESSA además de pesar, escuece. Porque la fragmentación social con la que avisó ya hace cinco años, en la anterior edición, sigue ahí, esperando a que despierten las conciencias. Y esa visión, con sus propios gráficos y porcentajes, no puede sentar bien a los políticos, empezando por los alcaldes, por los encargados de gestionar la cosa pública más próxima al prójimo.
Si lo leyesen no podría gustarles que les digan a la cara que no hacen políticas para todos, sino solo para una parte de la sociedad, porque hay otra, una gran mancha de desencanto, que se siente invisible. Que en los barrios más marginales el abstencionismo escale hasta el 75% no habla bien de quienes estos días están jugando con la vara de mando.
Ver, además, que lo único que estos días ha motivado sus alianzas y componendas tiene que ver con el ombligo propio y el del que te ha encaramado a la lista del partido, no hace nada más que confirmar que los excluidos siguen siendo invisibles. Lo mismo que los peligros que esa desazón conlleva. Quizás lo tengamos que lamentar todos dentro de cinco años. En el próximo FOESSA.