VIERNES 4. Bicentenario de la Sagrada Familia de Burdeos. Eucaristía de acción de gracias en Getafe. Homilía. Para ellas. Y para todos. “No hagáis caso de las estadísticas, porque si nos deprimimos, no podemos ver a Dios. Seguro que os gustaría ser tres veces más de las que sois y tres veces más jóvenes, pero el Señor sigue siendo profecía de alegría porque está en medio de nosotros”. Y para ser profecía, toca ser tres veces más pequeño y humilde. Como el padre Bienvenido.
SÁBADO 5. Vuelo a Roma. Obispo amazónico a mi lado. “Este Sínodo tendría que haberse celebrado allá”. Le enmiendo la plana. “Es necesario que la periferia se escuche, se haga sentir y ver en el centro de Roma”.
DOMINGO 6. Cuando uno se convierte en la diana de la rumorología de sacristía, no es fácil huir. Tanto como para haber llegado a decir que le han negado una residencia para levantar sospechas de degradación episcopal donde no la hay. Así somos.
LUNES 7. Erupciones cutáneas. Por alergia sinodal. Uno se pone en el lugar del curial de turno que siente su lugar en la Iglesia como un fortín a defender de todo elemento ajeno que pueda contagiarle de vete tú a saber qué. Imagínense al funcionario que paseó a Abascal por las terrazas de Secretaría de Estado primero y luego lo adentró en el despacho de su prefecto. La escena que contemplo desde la Via de la Conciliazione, la miro con sus ojos: tu Sumo Pontífice, paseando entre la multitud como uno más, como si se tratara de un hombre cualquiera, cuando no lo es.
Entre carteles de santurrones del Sur, una canoa de madera y personajes desaliñados que combinan camisetas y plumas. Qué sudores. Y cuando tienes el consuelo de escuchar que procesionan con un clásico como “Cerca de ti, Señor” como banda sonora, captas que no lo cantan en castellano, sino en una de esas lenguas indígenas minoritarias. Urticaria por falta de tacto evangelio. Por epidermis reseca.
MARTES 8. En el Sínodo de la Familia, Lucetta Scaraffia regaló un titular redondo: “Solo yo llevaba pantalones”. Algo ha cambiado. Permiso a los obispos para ir con traje de faena a las reuniones de trabajo. Las faldas se quedan en el perchero. Porque, para bajar al Amazonas, o vas arremangado o los capisayos terminan por ahogarte. Sustitúyase Amazonas por cualquier otra realidad. Mejor pantalones.