En tiempos de polarización y extremos quizás no es buena idea hablar sobre este tema, pero los últimos acontecimientos demuestran que este asunto sigue y seguirá vigente, sobreto en comprender la raíz del significado de la unidad, desde Jesús.
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Sorprende como muchos aceptan irremediablemente la división en la Iglesia, acostumbrándose a que esté allí, y peor aún como si no se pudiera hacer nada para resolverla. Aunque esté, aunque haya, aunque se transparente, es un asunto de todos, todos y todos.
De todos, porque brota de las mismas palabras de Jesús que no se contradicen. La referencia de que no ha venido a traer paz sobre la tierra (Cfr. Mt 10, 34) no es una antítesis de “Padre que todos sean uno” (Jn 17, 21) son contextos y situaciones distintas, por tanto, merecen lecturas diferentes.
Dios no se contradice, porque Dios no está dividido
La primera idea es tomada del evangelio de Mateo. Es una referencia a la renuncia personal y voluntaria para seguir a Jesús, aunque todo se oponga, la opción es seguirlo, y este seguimiento implica a veces sacrificios y luchas internas.
La segunda necesariamente tendría que ser puesta sobre el candelero, para que ilumine a todos. La frase es tomada del discurso pascual de Jesús, el deseo más profundo de su corazón, la tarea más urgente y siempre pertinente, la opción libre que podemos ofrecerle.
Porque la unidad no es un sentimentalismo fútil que responde a la efervescencia del momento, que se da solo hacia aquellos que me caen bien en la iglesia, o piensan como yo. Es el deseo de Dios en cada uno, por tanto la voluntad de ese Dios del que se dice creer y al que se cree proclamar.
Unidad; don, tarea, respuesta
La unidad es un don, viene de Dios, pero también es una tarea, un empeño de todos los días, una comprensión profunda de las diferencias. No es uniformidad ni homogeneización. Es, en cierto sentido, — sí se permite el tecnicismos teológico — ‘pericorética’, término asociado a la Trinidad, cuando “dos realidades que pueden estar una dentro de la otra sin confundirse y manteniendo cada una su propia identidad”.
Trabajar por la unidad es una respuesta libre, así como también lo es la división, puede formar parte de la voluntad personalísima de los que creen seguir a Jesús. Pero ‘la unidad, prevalece sobre el conflicto’, dice el papa Francisco.
Unidad, que fácilmente puede ser un principio ético de vida en el horizonte de bien. Unidad, que puede hacerse cultura en el tejido de las relaciones, en la forma de ser y hacer la realidad social. Unidad que puede ser el deseo y la aspiración de todo aquel que realmente quiera acercarse a Jesús.
Unidad, unidad, unidad, necesitamos en la Iglesia hablar de la unidad.
Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey.