El año nuevo siempre abre un horizonte de optimismo, pero también de incertidumbre, pues lo desconocido inquieta y hasta en cierto sentido, preocupa.
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Para Venezuela, más aún, este año 2025 inicia con una gran incertidumbre, sin embargo, sería bueno detenerse a traducir todo ese cúmulo de sentimientos en la vivencia de la virtud de la esperanza, sobre todo de cara al Jubileo de la Iglesia Universal.
Y es precisamente como venezolano que quisiera delinear algunas ideas en la línea de leer y vivir la incertidumbre desde la esperanza, según la realidad histórica que nos ha tocado transitar y que nos convoca.
La esperanza cultivada engendra libertad
Cultivar la esperanza siempre es relevante porque abre la vida a un horizonte distinto, no pesimista ni inmediato, sino en una dimensión diferente, pues como dice el papa Francisco, “el tiempo es superior al espacio”.
La esperanza es un don de Dios pero también es una respuesta discreta de cada uno, una disposición interior y, que con la fe, adquiere una mayor trascendencia en reconocer que la historia la lleva Dios, la vida la lleva Dios, la existencia la sostiene Dios.
La esperanza no es una utopía que anestesia el momento presente, una sustancia que enajena para confundir y alienar el hoy, sería inocente no reconocer que la realidad actual es difícil pero que no estamos igual que el año pasado. El 2024 decididamente nos hizo distintos.
La vocación irrenunciable
Mucha gente cuestiona, por ejemplo, el tema de una estrategia para el día después, pero es que no hay otra estrategia para la Venezuela de mañana que la gesta civil, que la conciencia ciudadana, que una sociedad unida en un ideal irrevocable.
Digo irrevocable porque indistintamente de la circunstancia, la impronta de Dios en el hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza, implica una infinita dignidad. Dignidad que se traduce en la llamada permanente a la libertad, por tanto, el anhelo de libertad nada ni nadie podrá arrebatarlo.
La libertad es también un tema importante porque no es un sistema político, no es un criterio moral, no es un determinismo arbitrario en el que cada uno hace lo que le da la gana, en palabras criollas, no es el medalaganismo, sino un reconocimiento a la vocación de ese Dios que elige en libertad, que ama en libertad, que salva en libertad y dota de significado la realidad existente de una libertad distinta que se abre a la esperanza.
La esperanza en la libertad es apertura a la novedad, a lo distinto, a ver pequeñas chispas de luz en la historia que teje Dios con acciones voluntarias de aquellos que cultivan la fe y creen y practican la caridad en hacer el bien. Es decir, esos — que son muchos — que siguen empeñados en hacer el bien.
Ya esto podría ser una tarea y un propósito de año nuevo que no necesita permiso, ni necesita visa o pasaporte, ni darse de alta en una página o aplicación que rastree la huella. El propósito de hacer el bien, optar por el bien y actuar “como quien ha de ser juzgado en libertad” (Cfr. St 2,12).
El Papa Francisco, en el encuentro privado que tuvo con los obispos de Venezuela, en 2018, les dijo: “sean contrabandistas de la caridad” y yo agregaría, militantes de la esperanza, y tejedores de libertad en el bien.
Lo demás es accesorio, si algo pasa o no pasa, no será realmente trascendente si no se hace en ese empeño libre de hacer el bien, ya que nada hecho desde el bien es infecundo e innecesario, pues Jesús con su venida y con la navidad, demuestra que en la mayor oscuridad brilla la esperanza y hace vencer siempre el bien.
Por Rixio Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey