El iceberg de los abusos en España


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Seis años han pasado desde la carta de Benedicto XVI a los irlandeses ante los abusos sexuales de su clero. Les escribía por la gravedad de los delitos y “por la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas”. Hoy, la Iglesia lucha contra esa lacra, tan solo una década después de que Maciel fuese apartado de su ministerio público tras una investigación que Ratzinger únicamente pudo terminar como Papa. Mucho se ha hecho, teniendo en cuenta de dónde venía la Iglesia; pero insuficiente, teniendo en cuenta a dónde quiere ir con Francisco.

Pero aún hay eclesiásticos que creen que es mejor tapar estos asuntos. También entre nosotros, donde menudean ahora los casos denunciados. “El tema de los abusos sexuales no ha hecho más que empezar en España”, comenta una fuente digna de crédito. Le duele la constatación, y, sobre todo, un grado aún elevado de condescendencia. Hay obispos que se lo toman como un ataque personal y diócesis que no facilitan información, cuando no la ocultan. Y les parece que Francisco da demasiada cancha a las denuncias. Y esperan un resbalón. Y aunque en esa Iglesia en salida quizás el Papa se prefiera “accidentado” antes que bendiciendo a pederastas, también deja que le cubran las espaldas del fuego amigo.

Parte de los casos han prescrito civilmente, pero hay detectives rastreando vigencias en parroquias que, además de un Spotlight, traigan indemnizaciones. Quizás incluso se topen en sus pesquisas con cargos escandalizados que antes miraban a otro lado. Hoy ya no hay excusa para seguir ignorando a las víctimas. No, no es una conjura planetaria contra la Iglesia. Realmente han sido abusadas y no debe consolar que en las familias también se haga.

En el nº 2.989 de Vida Nueva

 

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