La verdad es que cuando veo películas de romanos, o de piratas, o simplemente de pescadores, me llama la atención los remeros que hacen mover el galeón, la barcaza o las traineras de las competiciones. Como una gran maquinaria de relojería, compuesta de torsos, brazos y piernas, cogen impulso al unísono hacia atrás para empujar el remo, y así, desplazar el agua que pueda lanzar la nave hacia adelante. Lo importante es el ritmo marcado con una voz o un tambor, si no sería imposible.
En la Iglesia, la Barca de Pedro, desde el Concilio Vaticano II comenzamos con más brío que nunca a hablar, en nuestros encuentros, del protagonismo de los laicos. Es verdad que muchas veces, sobre todo en las reuniones de sacerdotes, se piensa que no se ha avanzado aún demasiado, que se han dado pocos pasos en las comunidades parroquiales, que aún hay demasiado clericalismo, que algunos no les hemos dejado crecer. Y seguimos con esa angustia medio siglo después. Muchas veces, ni nuestros lenguajes han cambiado en cincuenta años.
Pero a pesar de que algún sacerdote no confíe del todo en el protagonismo que tienen los laicos en la vida comunitaria y misionera de la Iglesia, el Espíritu, que es dinámico y creativo, hace surgir grupos, movimientos y asociaciones de fieles que empujan, ponen en tela de juicio y promueven nuevas presencias evangélicas en medio de nuestra sociedad. Y la mayoría de las novedosas propuestas que hoy en la Iglesia salen adelante es gracias a ellos.
Y los laicos, palabra que significa pueblo, están por todos los lados, son la mayoría aplastante, aunque muchas veces, algunos árboles no nos dejen ver el bosque, quizás porque vamos perdiendo el sentido profundo y la vocación del ministerio, que significa servicio. Cuando nuestras psicologías enfermas buscan poder, representación, honorabilidad, distinción, exclusividad, etc., castramos el camino del Pueblo de Dios y especialmente de los laicos.
Por eso surgen sospechas y desconfianzas entre unos y otros, entre sacerdotes, religiosos, religiosas, movimientos, cofradías, grupos y asociaciones, manteniéndonos, tantas veces, en una dialéctica de la oposición y el enfrentamiento, en lugar del camino de la comunión y de la corresponsabilidad. Esto es fruto de una débil y confusa espiritualidad en nuestras vidas, pues a poco que leamos el Evangelio, descubriremos que el Amor de Dios, es un amor humillado.
En esta barca, la inmensa mayoría, son laicos y ellos son los que tienen que hacerse con la visibilidad de la Iglesia, y cuando digamos esta palabra no pensemos en obispos, curas o consagrados. Porque ellos son los catequistas (una de las tareas más importantes en nuestro entramado eclesial); ellos forman parte de Cáritas y Manos Unidas (que prestigian la labor social de la Iglesia en medio de la sociedad); ellos se preocupan de la dignificación de nuestras liturgias (algunos de ellos en tareas invisibles); ellos llevan la economía de nuestras parroquias y de muchas de nuestras diócesis; ellos son maestros y profesores competentes tanto en la enseñanza pública como en la concertada; ellos son testigos de un trabajo digno en cualquier empresa privada o pública; ellos custodian y mantienen la religiosidad popular y sus manifestaciones; ellos son científicos o trabajadores del campo; ellos son las familias… quienes han puesto las manos en el remo, para que la barca, donde Cristo a veces parece que duerme, no pierda el impulso que la proyecte hacia el mar adentro. ¡Ánimo y adelante!