Notre Dame, la maravillosa catedral de París, se está muriendo por negligencia, la ha devastado y casi destruido ese laicismo francés que durante años aconsejó a las instituciones que no dedicaran el dinero necesario para su restauración a pesar de ser el lugar turístico más visitado de Europa. La obra maestra medieval no era solo un polo turístico, ni únicamente un eminente testimonio histórico y artístico. Era mucho más.
Al igual que las otras catedrales europeas, se construyó durante un período muy largo, con las herramientas de la época, pero sobre todo, gracias al esfuerzo de generaciones enteras que consideraron adecuado dedicar grandes inversiones a este edificio, con conocimientos técnicos celosamente custodiados por los constructores, con excelentes cualidades artesanales, con el apoyo de todos.
De hecho, las catedrales no tenían un patrocinador, como diríamos hoy, sino que se levantaron con las entrega de los gremios de los comercios que conformaban la urbe, de los más ricos y los más pobres, unidos con orgullo para dotar a su ciudad de una hermosa iglesia, que permitía celebrar a Dios, pero también era el centro de la vida de la población y desde donde se buscaba su protección.
Cobro de entradas sin inversión
Desde 1905, Notre Dame pasó de ser propiedad de la Iglesia a manos del estado francés, que la explotó mediante el cobro de las entradas a las torres, pero que prefería invertir en otras obras, de una impronta estrictamente “laica”. Y ahora, frente a su esqueleto humeante, los franceses se despiertan, hay incluso, en las calles del París secularizado, grupos que rezan y cantan el “avemaría” mientras los tertulianos de la televisión recuerdan repentinamente que estamos al comienzo de la Semana Santa.
La consternación de la opinión pública mundial -e incluso la exaltación de los espacios fundamentalistas islámicos-, nos hace entender cuán tonto y superficial es el debate que, hace años, impidió la mención de las raíces cristianas en la Constitución Europea. La historia existe, incluso si queremos olvidarla, y la memoria se puede despertar repentinamente, cuando a estas alturas las consecuencias de nuestras elecciones nos llevan solo a cenizas y ruinas ardientes.