Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El Javier de Pablo Serrano


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Esta es la quinta entrega que analiza la Iglesia jesuita de San Francisco Javier y San Luis Gonzaga, ubicada en el barrio popular de La Ventilla, al Norte de Madrid. Previamente hemos presentado la arquitectura de García-Pablos, el presbiterio de José Luis Sánchez, las vidrieras de Molezún y el baptisterio de Vaquero Turcios. Hay un quinto artista que participó en el proyecto original de 1968 y es Pablo Serrano.



En 1968, Serrano realizó dos obras para la parroquia de San Francisco Javier: la escultura monumental que presentaba al santo en su plaza y una cruz procesional -actualmente instalada en la sacristía. El San Francisco Javier es una obra especialmente significativa de la evolución de Serrano ya que en ella se ponen de manifiesto varios de sus principios centrales.

1. El espacio interior del hombre nuevo

Pablo Serrano (1908-1985) es uno de los más importantes escultores españoles del siglo XX, coetáneo de Jorge Oteiza o Eduardo Chillida. Nació en una pequeña aldea de Teruel (Crivillén) y se formó en Zaragoza y Barcelona. Ingresó en la orden de los Salesianos, donde se hizo hermano salesiano coadjutor. En 1935 emigró a Uruguay, se casó y formó una familia. En 1957 regresó a España y fundó junto con otros, el grupo artístico más importante del país en la segunda mitad del siglo XX: el vanguardista colectivo llamado “El Paso”.

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Pablo Serrano es un autor experimental e innovador, de gran sensibilidad poética, filosófica y teológica. Destacó por ser un escultor monumental, a la que dotó de una nueva vitalidad. Varias de sus obras pueden ser contempladas en las calles de Madrid. Es difícil de etiquetar en una sola categoría porque Serrano es un artista que vivió una gran evolución estilística, que le llevó del expresionismo a la más radical abstracción. En él se reflejan todos los estilos que se experimentaron a lo largo de su vida. Cuando se juntan sus obras, él mismo parece una exposición colectiva de muy distintos creadores.

Tiene una notable producción religiosa. En 1964, formó parte de la delegación artística española que visitó a Pablo VI. Junto con los también escultores Eduardo Chillida y Venancio Blanco, participó en el evento que refundó la relación entre la Iglesia católica y el mundo del arte contemporáneo. Su obra está presente en los Museos Vaticanos.

Fue un hombre humilde y extraordinariamente creativo, de gran preocupación humanista y existencial. Dejó escrito: “me interesa la vida, el hombre, su misterio, conocer qué somos y por qué existimos”. Como escultor buscó hacer un servicio especial a la humanidad a través de las formas: reflejar la condición humana y procurar la intercomunicación entre las personas.

Serrano consideraba que “Ante la amenaza de deshumanización del hombre actual que nos acecha… escapemos del materialismo que nos rodea volviendo al espacio interior del hombre nuevo, capaz y comunicable…”. Para el escultor, el hombre es un ser espiritual. Serrano estaba convencido de que solamente con reflexión e introspección se podía crear una verdadera obra de arte.

2. Rostros metafísicos

En el periodo en que realizó las obras para la Iglesia de San Francisco Javier y su plaza-atrio, Serrano trabajaba sobre varios polos que recogían su búsqueda: interior/exterior, cuerpo/espíritu, presencia/ausencia, movimiento/quietud, etc. Todos ellos se encuentran presentes en tensión en San Francisco Javier.

Estamos ante una escultura figurativa en la que se distingue perfectamente al santo jesuita que navegó medio mundo para anunciar el Evangelio. Sin embargo, la representación muestra transformaciones que nos hacen inquietarnos y nos ponen a nosotros mismos en movimiento. No es extraño que los niños del Centro de Formación Profesional Padre Piquer, le hubieran denominado en una época “el monstruo”.

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Una característica de los “monstruos” es que son únicos, no se parecen a nadie. Serrano busca captar el alma, personalidad y originalidad de las personas a las que representa. Sus obras resaltan el carácter de los retratados reconociéndolos como unos seres únicos, temperamentales, vitales, imponentes y expansivos. Serrano buscaba hacer lo que él denominaba “rostros metafísicos”. Trascienden los rasgos realistas para mostrar el espíritu de cada uno, como es el caso de San Francisco Javier.

El conjunto de la escultura tiene una base expresionista: exacerba e incluso deforma los rasgos físicos para revelar la verdad interior del sujeto. En el expresionismo, el espíritu de la persona desborda y da forma a su cuerpo, su vida y su actividad. Ese estilo tan propio de Serrano, echa raíces en otro artista aragonés universal, Francisco de Goya, precursor del expresionismo moderno. Pero el San Francisco Javier de Serrano no se limita al género expresionista, sino que lo desborda con desarrollos cubistas y abstractos.

3. Un castillo cubista

La base del santo es una columna en la que se abren caóticamente pequeñas ventanas. Él emerge de esa pieza desplegándose vegetalmente como la copa de un árbol o como una flor que se despliega virulenta. Es fácil identificar en esa base la torre del Castillo de Javier, donde el santo nació en 1506. También cabe otra lectura superpuesta de esa torre. Allí por donde pasó Francisco Javier fue fundando una nueva iglesia que daba frutos abundantes y duraderos. Sería una forma de representar a Francisco Javier como fundador de una Iglesia edificada firme sobre roca –sobre Dios–, como edificio sólido.

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La túnica del santo está inflada y convierte al santo en una figura con un tronco desproporcionado. No se infla de forma continua, sino que muestra distintos fragmentos geométricos que van dándole forma, como si viéramos la túnica desde diferentes puntos de vista. Ese estilo cubista le enlaza con el también escultor aragonés Pablo Gargallo. Esas piezas diferentes en que se abren sus brazos, hombros y espalda muestran un hombre expansivo del que salen abundantes frutos. Es un hombre-árbol.

Francisco Javier se crece como la copa de un árbol de ancho tronco, o como la vela de un barco como aquellos con los que recorrió medio planeta, de Portugal a Japón. San Francisco Javier aparece también como un hombre-nave al que infla el Espíritu Santo para llevar el Evangelio hasta las últimas fronteras.

4. Un proyecto neobarroco

El conjunto de la creación es dramática, casi teatral. Es una apremiante llamada, expresa el Magis de su amigo, compañero y padre espiritual, San Ignacio de Loyola: desear y buscar permanentemente lo mejor para mayor gloria de Dios -Ad Maiorem Dei Gloriam”, A.M.D.G. Francisco Javier en esta escultura parece estar diciendo su célebre “Más, más y más”.

Sus manos abiertas y ofrecidas muestran la famosa santa impaciencia del santo, su exceso y su éxtasis del dar. Este San Francisco no es un hombre ansioso, sino que es un místico en éxtasis. Esa cumbre mística no la alcanza mirando al cielo sino en el darse, en el “id”, es un místico de la acción. San Francisco Javier es la mística de los hechos, en los que se une íntimamente a Dios.

La expresión de su rostro no le muestra desencajado, sino que emana una profunda trascendencia y unidad con Dios. Hace realidad ese principio ignaciano que actualizó el padre Arrupe: “Contemplativos en la acción”. En la explosiva y creativa acción que muestra la estatua, Javier aparece en unión mística con el Padre Creador y el Cristo que envía a todos.

El carácter teatral y dramático de la figura, nos refiere a otra referencia crucial de esta obra: el Barroco. San Francisco Javier es una de las vidas más representativas de ese tiempo. En el Barroco, en cada punto se está concentrando algo decisivo para todo el destino del cosmos. Se caracteriza por darle una aguda crucialidad a la vida.

Cada minuto está lleno de eternidad, cada hora es decisiva, es un momento de la Historia de Salvación. Y eso es lo que nos hace respirar esta estatua: hay algo crucial por hacer, nos impulsa a ser decisivos. El escultor sabe hacer de Javier un puente entre su tiempo y el nuestro. Hay en la obra una intensa resonancia neobarroca.

5. El abrazo

Quizás la nota distintiva de la escultura es el enorme abrazo de San Francisco Javier. En los modelos previos en yeso, las manos eran mucho más alargadas, una exageración que homenajeaba las largas figuras del Greco. Esa idea la plasmó en una obra que Pablo Serrano había dedicado dos años antes, en 1965, a San Junípero Serra.

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En su San Francisco Javier el movimiento de los brazos da forma de abrazo al envío apremiante del “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio” que Cristo manda a sus discípulos. El abrazo de Javier es interesante porque le pone en comunicación con el vacío que envuelve.

Este es un recurso que tiene importancia en Serrano y que desarrollarían con mucha mayor potencia los escultores Jorge Oteiza o Eduardo Chillida. En Serrano, el dualismo materia/vacío siempre es signo de un diálogo. Su vacío está siempre lleno de espíritu, remite no a la nada sino a lo invisible, a lo imperceptible.

Todo el espacio interior que se forma en la gran esfera que forma entre sus brazos y pecho, adquiere un tratamiento abstracto. Si el rostro y manos de Javier son expresionistas, y su base y espalda son cubistas, el pecho alcanza la abstracción artística. El profesor Francisco José Portela sostiene que “mientras cabeza y manos se definen en una línea expresionista de hondísima raíz hispana, en el cuerpo… aparecen formas y volúmenes entroncado a con un espíritu más vanguardista y más abstraizante”.

Si la espalda se adelanta como una tormenta, el pecho se ahueca como una depresión. Ese pecho abierto es una implosión, el planeta abriéndose, es su cuerpo ofreciéndose, su vida entregada. En su centro, se abre una cruz como una herida, una brecha que nos muestra que la más honda intimidad de Javier es Cristo.

6. Hombre-puerta

Para poder comprender cómo esta estatua sintetiza los distintos estilos de Pablo Serrano, hemos de conocer tres de sus más importantes tipos de creaciones: los hombres-puerta, los hombres-bóveda y las unidades-yunta.

A comienzos de la década de 1960, Serrano crea una serie que denomina hombres con puerta. Son obras del expresionismo abstracto en las que se abre una parte para mostrar su luminoso interior. La estatua de Francisco Javier parece que está abriéndose a sí misma como una puerta para dar hospitalidad a quien se encuentra ante él. Dice Serrano: “Mientras el hombre no se abre, no es nada. Para los hombres es necesaria la comunicación entre sí, el diálogo y el conocimiento”.

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Serrano concibe la interioridad humana y de las cosas como una estancia de luz en el centro de la carne y la materia. Cada cosa tiene su interioridad y está habitada por la luz. Logra representar esto mostrando interiores tan pulidos que los hace brillar. Ese pulido es signo del propio trabajo de reflexión y purificación que el hombre afronta en su vida consigo mismo, con los demás y con el cosmos. Al final de su carrera, retomará este recurso en una serie conocida como “las lumínicas”.

En opinión del profesor José Luis de Castillejo, Pablo Serrano logró por primera vez plasmar escultóricamente la idea revolucionaria cristiana de la luz interior. “Es curioso que un hombre modesto, humilde, que no tiene una fe ortodoxa, Pablo Serrano, sea el que con sus espacios luminosos haya convertido al cristianismo la escultura o, por lo menos, la haya espiritualizado”.

El hombre-puerta no niega la materia, la cerna y el cuerpo, sino que estos siguen poderosamente presentes y envolventes en una materia escultórica dura, rugosa y enfática. Lo que ha hecho es revelar su esencia. Aunque en la estatua de Javier no existe esa labor de pulido, sí está diseñado para que se genere esa luz interior y central.

7. Hombre-bóveda

Serrano creó a comienzos de la década de 1960 una larga serie de esculturas que comprendió como bóvedas. Su “hombre-bóveda” es de 1964. En sus bóvedas, el espacio interior genera una energía expansiva e implosiva que simboliza el empuje espiritual del ser humano.

En sus propias palabras, “el hombre, en vida, no hace más que ir conformando su propia bóveda. Sobre esta filosofía del hombre y del espacio, llego a comprender y considerar la angustia de aquel –que se refleja muy especialmente en nuestros días y a su alrededor– pretendiendo conseguir un nuevo espacio… La idea de llamar a este espacio interior bóveda para el hombre, parece adentrar una última esperanza, la inteligencia y su capacidad de amor…”. Es cada hombre quien decide si su bóveda será cielo o tumba, cúpula o cueva, apertura o cierre, vida o muerte.

De nuevo, podemos comprobar que su Javier tiene mucho de hombre-bóveda. Conforma su propio cuerpo como una bóveda. Como en el “Hombre-bóveda” de 1964, el propio cuerpo de Javier se desborda vehementemente alrededor de la bóveda. Pablo Serrano escribe que “el hombre es limitado en su nacer-crecer-morir… y, por el contrario, el hombre tiene una ilimitada capacidad creativa, sensitiva y constructiva”. Javier elige una bóveda que es cielo, cúpula, un fruto abierto, un pan partido, un mundo ofrecido, un cuerpo entregado, vida. Javier es un hombre-bóveda.

8. Unidad-yunta

Las “unidades-yunta” de Serrano son otra larga serie de obras abstractas. Una de las más célebres, realizada en 1972, se puede contemplar con tamaño monumental en el Museo al Aire Libre del Paseo de la Castellana de Madrid. Una parte es cóncava y la otra convexa. Representan la complementariedad, la unión amorosa que se da entre todos los polos que le preocupan (alma y cuerpo, materia y vacío, vida y muerte, interior y exterior, etc.).

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En el caso de Francisco Javier, hay una intuición de esa unidad-yunta. Él es la parte cóncava de una unión mística. La parte convexa no se ve –es espiritual, invisible, interior a la propia realidad–, pero sí se ve con acentuada profundidad la marca que deja: la Cruz en el centro del ser de Javier. Toda la espalda de la estatua está formada como la materia rugosa, vasta y caótica de sus unidades-yunta de los años 1970. Javier es un hombre-yunta, un hombre en unión.

Serrano representa a Francisco Javier místicamente, en éxtasis, como un exceso. El hombre se excede a sí mismo en salida a Cristo. El Javier de Serrano es un hombre en salida de sí mismo y de su tiempo para llegar a nosotros y agitarnos, apremiarnos, llamarnos y enviarnos a la misión.

Ese exceso muestra a un Javier multiforme, que es muchas cosas y solo una a la vez: hombre-castillo, hombre-árbol, hombre-nave. hombre-puerta, hombre-bóveda, hombre-yunta. O, simplemente, en expresión de Pedro Arrupe, “un hombre para los demás”.