El papa Francisco hará un viaje relámpago a Marruecos a final de mes, marcando el último capítulo del actual acercamiento papal al mundo islámico. Es una historia que se remonta a 1964, cuando Pablo VI se convirtió en el primer papa en dejar Italia para visitar Tierra Santa, comenzando por Jordania. Mientras esas salidas tienen muchos objetivos, hoy en día el principal de todos es promover un clima de mayor libertad religiosa, que, entre otras cosas, debería contribuir para hacer la vida más fácil a los rebaños del papa en esos lugares.
En el viaje a los Emiratos Árabes Unidos el pasado febrero, en el que se materializó una cumbre interreligiosa, el Papa pronunció un mini-manifiesto sobre este tema. Rodeado de imanes, rabinos, monjes budistas y líderes hinduistas, el Papa distinguió la libertad religiosa real de la mera libertad de culto, diciendo que “sin libertad, no somos hijos de Dios, sino esclavos”. En su nuevo libro, el profesor de Notre Dame University, Daniel Philpott, se pregunta si es posible dar un respiro a las minorías religiosas de los 47 países de mayoría musulmana.
La respuesta de Philpott es esperanzadora: no solo hay corrientes dentro del islam que tienen cierta simpatía a la libertad religiosa –lo que él llama “semillas de libertad”–, sino que un examen más detallado de esos 47 estados muestra que una cuarta parte ya son tolerantes y plurales, especialmente una franja de estados en el África occidental, donde el islam no fue imposición colonial, sino que creció orgánicamente como resultado del intercambio cultural y la actividad misionera.
Régimenes seculares autocráticos
El libro está lleno de píldoras interesantes, especialmente la que proporciona alimento para el pensamiento de los lectores occidentales: cualquiera que sea el camino hacia la libertad religiosa en el mundo islámico, seguro que no pasa por el laicismo de estilo occidental. Por una parte, como demuestra la investigación de Philpott, de los estados islámicos que todavía hoy reprimen la libertad religiosa, casi la mitad (el 40%), están regidos no por teócratas, sino por regímenes seculares autocráticos (piensen en Turquía, bajo del presidente Erdogan) que a menudo maltratan brutalmente a los disidentes musulmanes tanto, si no más, que ningún otro.
Históricamente, como señala Philpott, los intentos de imponer el laicismo occidental en el mundo islámico no han tenido mucho éxito. Tres ejemplos:
- Atatürk en Turquía, que generó oposición por igual entre islamistas y nacionalistas, entre otras cosas reproduciendo los Lobos Grises neofascitas que estaban, o no, tras el intento de asesinato de Juan Pablo II, dependiendo de qué versión creer de las muchas que dio Ali Agca.
- Nasser en Egipto, que creó la Hermandad musulmana.
- Saddam Hussein en Iraq, que puso las bases de lo que luego se llamaría Estado Islámico.
- Hafez al-Assad en Siria, que creó su propia Hermandad Musulmana y facilitó reclutas para movimientos islamistas tales como al-Qaeda por toda la región.
- Sukarno y Suharto en Indonesia, quienes promovieron una forma de islam teóricamente plural, pero también grupos extremistas como Jamaah Ansharut Daulah con brotes periódicos de violencia terrorista.
Uno podría seguir con múltiples ejemplos, pero el quid de la cuestión es, en gran parte del mundo islámico, que el laicismo estricto no es la respuesta al extremismo religioso, sino su causa.
Las mecánicas del pluralismo religioso
Cualquiera que sea la fuerza que haga crecer esas “semillas de libertad” citadas por Philpott, no es imposible que sea la adopción o imposición de los conceptos occidentales tales como la separación Iglesia-Estado. En lugar de eso, las mecánicas del pluralismo religioso tendrán que desarrollarse fuera de la matriz de los estados y sociedades islámicos, dibujando su propia lógica, puntos de referencia, estructuras y sistemas. Asumiendo que la adopción de la libertad religiosa es algo que las sociedades islámicas tienen que hacer por sí mismas, la cuestión sigue en pie: ¿cómo puede ayudar Occidente?
Philpott habla de la contribución potencial de la política exterior de los EE UU y la ONU, y no pasa mucho tiempo hablando del papel de los líderes religiosos occidentales como interlocutores, sobre todo el Papa. Es probablemente una omisión curiosa, ya que el Papa puede congregar a los líderes musulmanes y ciudadanos de a pie en un espacio compartido de creencia religiosa de una manera que un secretario general de la ONU, simplemente, no puede.
Quizá Francisco pueda utilizar su viaje a Marruecos por lo menos para iniciar conversaciones sobre cómo serían las garantías no-laicistas de libertad religiosa, y cómo puede ayudarles la Iglesia que él lidera para llegar ahí. A dónde llegará tal conversación, nadie lo sabe, pero es sin duda, una para la que los papas están preparados como nadie.