Los sabios nos aconsejan no perseguir las riquezas ni andar buscando las compañías de los que tienen más que nosotros. Los libros sapienciales argumentan que el afán de lucro nos va a llevar al pecado con facilidad, que provocará que a nuestro alrededor crezcan parásitos y amigos interesados, que arruinará nuestra salud con desvelos provocados por la preocupación para obtener unas ganancias que en ocasiones son efímeras y que no podremos llevarnos con nosotros cuando perezcamos o que caerán en manos de otros que serán quienes lo disfruten.
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A pesar de todo esto, los sapienciales no condenan las riquezas en si mismas, sino el afán que tenemos de ellas “Buena es la riqueza adquirida sin culpa, mala es la pobreza causada por la arrogancia.” (Eclo 13,24) Hay que mirar al corazón de las personas y no a sus atributos externos. Ahora bien, ¿Es fácil ser rico y no dejarse seducir por las riquezas? ¿Es factible que alguien que no pretende aumentar sus ganancias se convierta en una persona rica?
Ser una persona adinerada y mantenerse íntegro ante el afán de dinero resulta complicado. De hecho, ya en aquella época parecía difícil encontrar en la sociedad israelita contemporánea a ricos que fuesen limpios de corazón.
Esta experiencia que tenían los sabios en sus tiempos, es fácilmente trasladable a la actualidad. En nuestro día a día podemos observar cómo no es fácil encontrar personas que tengan un gran patrimonio y que no esté seducidas al mismo tiempo por el afán de dinero. Normalmente los que tienen grandes fortunas, utilizan gran parte de su tiempo en conservarlas o en agrandarlas.
Además, lograr tener una gran hacienda sin haber perseguido previamente ese objetivo es, francamente, muy complicado. Las personas que no tienen las riquezas como el principal fin de su vida, no suelen acumular grandes fortunas a lo largo de su existencia. Seguramente habrán conseguido otras cosas interesantes o apetecibles, pero salvo por azar o herencia, difícilmente habrán logrado un patrimonio muy elevado. Hay muchas más personas que lo persiguen y no lo logran, que personas que no persiguiéndolo lo consiguen.
Siempre queremos más
El afán de riquezas está impreso en nuestro corazón y en el de nuestro sistema económico. Nuestra sociedad se mueve en unos parámetros en los que siempre queremos más. No solemos estar satisfechos con lo que tenemos, ni a nivel individual ni a nivel colectivo. Una muestra de esto es que el objetivo que perseguimos constantemente es el crecimiento económico.
Esta meta se ha convertido en una falsa utopía que nos permite caminar sin freno en pos de incrementar nuestras riquezas. Los sabios nos avisan de las consecuencias negativas que puede tener la persecución constante de este objetivo insaciable. No son las riquezas las que son malas en si mismas, sino el afán de poseerlas, las ansias de tener más, la rueda de insatisfacción en la que nos instalamos cuando este es el fin de nuestra existencia.