Alexséi Navalny regresó a Rusia en 2021 a sabiendas de que el presidente Vladímir Putin había ordenado su asesinato. No está lejos de la opción que tomó Cristo al subir a Jerusalén.
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Durante la farsa de juicio al que fue sometido en 2021, Navalny explicó ante el tribunal cuál era su motor más profundo para hacer lo que estaba haciendo y que le llevaría a la muerte. Estas fueron sus palabras: “Si quiere, le hablo de Dios y la salvación. Elevaré al máximo la voz de mi corazón roto. El hecho es que soy cristiano –lo que normalmente me pone como foco de burla en la Fundación Anticorrupción, porque la mayoría de nuestra gente es atea y yo también fui un ateo bastante militante–. Pero ahora soy creyente y eso me ayuda mucho a elegir mis acciones, porque todo se vuelve mucho, mucho más fácil… Tengo menos incertidumbre, porque hay un libro [la Biblia] en el que, en general, está escrito más o menos claramente qué decisión tomar. Por supuesto, no siempre es fácil seguir ese libro, pero lo estoy intentando”.
Rusia debería ser feliz
Navalny proclamó ante el juez cuál era el pasaje del Evangelio que le guiaba en esos momentos de represión y de estar al borde de su asesinato: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Y añadió: “Siempre he pensado que esa bienaventuranza en particular es, más o menos, lo que ha guiado mi acción”. Siguió: “No me arrepiento de haber regresado ni de lo que estoy haciendo. Está bien, hice lo correcto… En este momento difícil, hice lo que me pedía la bienaventuranza y no traicioné lo que Dios nos dice… Somos un país muy infeliz… No basta con que Rusia sea libre, Rusia también debería ser feliz. Rusia estará feliz”.
Navalny ya es semilla cristiana. Amén.