Las navidades han perdido en muchos ambientes su sentido religioso. Hemos oído hace poco una polémica sobre felicitarlas de una manera “inclusiva” para lo que se recomendaba la omisión de cualquier referencia religiosa al hacerlo. Una opinión que solo demuestra la falta de sensibilidad y la excesiva susceptibilidad de aquellos que se ven molestados porque otras personas que piensan distinto celebren algo que para ellos no es importante. ¿Se imagina el amable lector un enfado porque un musulmán nos felicita por el fin del ramadán? ¿O porque un judío comparte con nosotros la alegría de la fiesta del Yom Kipur?
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Pero no es este el asunto del que quiero hablar hoy (aunque creo que correspondería un buen análisis psicológico para saber qué hay detrás de esas susceptibilidades tan a flor de piel de muchas personas). Quiero hablar de algo que se identifica cada vez más con la Navidad (como ya tuve oportunidad de comentar en este blog): los regalos.
Ofrecer a alguien un regalo es una manera de decirle que le importas, que le aprecias, que es importante para ti. Los regalos son una extensión de nosotros, algo que ofrecemos para transmitir algo a la otra persona. Sin embargo también pueden ser utilizados como una coacción, como una compra. Aquellos que entienden las relaciones como un contrato entre dos partes (lo hagan de una manera consciente o inconsciente) regalan para conseguir algo, para recibir algo a cambio y llevan cuentas de lo regalado y lo recibido para establecer si hay o no equivalencia entre ambos.
No voy a entrar en esta segunda manera de regalar, sino en la primera, la que muestra un ofrecimiento sincero y una relación en la que quiero dar sin esperar nada a cambio. Porque en ocasiones pasamos mucho tiempo pensando cuál puede ser el mejor regalo para aquellas personas que queremos. Intentamos adivinar qué puede ser lo que más ilusión les hace, aquello que les va a despertar una sonrisa y va a llenar su ser de agradecimiento por el detalle. Buscamos con ahínco el mejor regalo que podamos ofrecerles.
Nuestros frutos
Por eso queremos comprar algo acertado y salimos a las tiendas a buscar aquello que les hace más ilusión, que les va a gustar, aquello que, cuando lo vean, recuerden que se lo hemos regalado nosotros. Y olvidamos que el mejor regalo que les podemos ofrecer, el único que es único, el que nadie más puede ofrecer (todo el mundo puede regalar una cartera, un videojuego, un pañuelo, un libro…) es nuestra persona, nuestros frutos.
Nosotros y nuestros frutos personales somos el mejor regalo que podemos ofrecer a los demás. Y esto no es incompatible con los presentes comprados, al contrario, cuando nos regalamos de verdad es cuando el presente material cobra todo su sentido, porque es un signo de nuestro ofrecimiento total a la otra persona. Nosotros somos el mejor regalo para esta Navidad y para todo el próximo 2022, no lo olvidemos.