(José Lorenzo– Redactor jefe de Vida Nueva)
“José García Abad se ha decidido a diseccionar en vida el lado más oscuro del presidente del Gobierno en el libro El Maquiavelo de Léon (La Esfera de los Libros). (…) Al parecer (aunque algunos lo sospechaban), Zapatero es ‘un ser mesiánico que se considera infalible'”
Algo debe de oler ya a podrido en el palacio de la Moncloa cuando un periodista con carné como José García Abad se ha decidido a diseccionar en vida el lado más oscuro del presidente del Gobierno en el libro El Maquiavelo de Léon (La Esfera de los Libros). Independientemente de que el título tenga un noséqué más parecido al grito de guerra de un charlatán de feria, hay que reconocer que la imagen que dibuja esta obra deja lindando con el género hagiográfico las aceradas críticas que buena parte de la prensa española y extranjera viene vertiendo desde hace meses sobre la capacidad de liderazgo de nuestro José Luis Rodríguez Zapatero. Al parecer (aunque algunos lo sospechaban), Zapatero es “un ser mesiánico que se considera infalible” y que “está convencido de que ha sido ungido por un don especial, que es portador de un destino manifiesto, para cuyo cumplimiento se vale él solo”.
El autor no pescó estas confesiones anónimas en los pasillos de la calle Añastro entre descanso y descanso de la última Plenaria de los obispos, sino en las esquinas del complejo (entiéndase por conjunto de edificaciones administrativas) de la Moncloa y en los corredores de Ferraz. Lo que hace, si cabe, aún más demoledor el diagnóstico puesto en boca de un ex ministro directamente en la oreja del autor del libro : Zapatero es “un killer que ni olvida ni perdona”.
Quizás no sea descabellado echar mano de estas claves mesiánicas para entender la política de Zapatero con la Iglesia católica en estos seis años de gobierno (lo que ésta ha querido hacer con aquél merece comentario aparte). Se trataría, sencillamente, de instaurar un nuevo orden laicista que nos liberara para siempre de las tinieblas de la religión. Él no tiene en cuenta los enfrentamientos que pueda causar esa política radical en una sociedad que aún no está dispuesta a matar a sus dioses, y menos tirándolos del campanario. Pero eso no importa, porque el presidente, el que retrata sin miramientos Abad, el que disfruta enfrentado a sus ministros, “no deja ninguna afrenta sin castigo”.
En el nº 2.701 de Vida Nueva.