Las denuncias de abuso sexual hechas en tiempos recientes por religiosas contra sacerdotes y obispos, ¿se podría considerar como una forma de #Metoo similar a la que ha causado tantas quejas y controversias en el mundo secular en los últimos dos años? En realidad, más allá de una semejanza de fondo, los dos fenómenos son muy diferentes, porque las condiciones en que viven las religiosas son muy diferentes de las que disfrutan hoy las mujeres en los países avanzados de Occidente. En cualquier caso, se trata en ambos casos de una batalla por el respeto a las mujeres.
La principal semejanza consiste en lo que el sociólogo Anthony Giddens ha llamado “el declive de la complicidad femenina”, que es el final de esa actitud tan generalizada por la que las mujeres soportaron silenciosamente la dominación masculina en todas las áreas de la existencia, incluso en sus cuerpos. Como si fuera un destino ineludible, inscrito en su condición natural, y no como una relación de poder que podría revertirse. En la Iglesia, además, a la ideología patriarcal también se le sumó el estatus superior atribuido al sacerdocio, ubicado por encima de los laicos. Y aquí es apropiado recordar algo que pocos saben, y es que incluso las religiosas son parte del laicado, no haber recibido la ordenación sacerdotal. Por lo tanto, fue particularmente difícil deshacerse de esta doble restricción de poder. Además, la vocación de las religiosas, vinculada a la obediencia y al sacrificio, parecía garantizar una total complicidad con el poder sacerdotal masculino, incluso con presencia de violencia.
Sin espacios de decisión y debate
La condición de las monjas en la Iglesia, de hecho, puede dibujar una imagen de puertas para afuera verdaderamente paradójica: incluso siendo su número más del doble que el de sacerdotes y religiosos juntos, su presencia en los espacios de decisión y debate en la Iglesia no es perceptible. Desde fuera, el concepto “Iglesia” se identifica con un mundo de hombres vestidos de negro, que domina la cultura, el derecho, la teología, la orientación institucional y en el que las mujeres son invisibles, porque siempre están relegadas al “servicio”. Servicio que debe prestarse a la institución en el nombre de Jesús, pero que a menudo se convierte en servidumbre a los hombres de poder en la iglesia, y por lo tanto termina fortaleciendo ese poder.
¿Podrían moverse con tanta soltura como solo lo pueden hacer los poderosos si no hubiera tantas mujeres trabajando en oficinas y congregaciones, donde realizan una cantidad ingente de trabajo especializado y de alto nivel que luego se atribuye al sacerdote que encabeza el departamento? ¿Podrían vivir tranquilos si no tuvieran religiosas que los asistieran en el servicio doméstico, generalmente mal pagado, con pocos días festivos y sin límites de tiempo? ¿Quién haría realidad la solidaridad y la caridad en el mundo, es decir, el significado profundo de la misión cristiana, hacia los débiles, los enfermos, los abandonados, si no hubiera congregaciones de monjas que lo convirtieran en el corazón de su vida diaria?
¿Cabe rebelarse contra el que sirves?
A la vista está que una situación de tal explotación y silenciada dedicación, en algunos casos también puede derivar en explotación sexual, a veces incluso en aborto forzado. El hábito de servir, sin que se les respete su dignidad humana, puede llevar a soportar todas las formas de abuso. Pero, ¿cabe rebelarse contra el que sirves? Las acusaciones de abuso sexual enviadas por religiosas a los distintos departamentos del Vaticano han permanecido sin respuesta, las superioras a menudo han sugerido que sigan soportando la situación porque temen las represalias de la congregación, y las posibilidades de que las víctimas reconstruyan sus vidas al abandonar el convento son casi nulas.
Por supuesto, hoy en la Iglesia algo está cambiando: durante varias décadas ha habido excelentes académicas que redescubrieron la presencia crucial de mujeres en los Evangelios, teólogas que han revisado tesis anticuadas sobre la centralidad masculina y, sobre todo, se está elevando el nivel promedio de preparación de los religiosas –hasta hace poco se mantuvo en una condición de inferioridad cultural que garantizaba su obediencia–. La posición dominante del clero parecía justificada por su nivel más alto de formación, pero hoy en día se está reduciendo esa brecha, incluso en cuestiones, como el derecho canónico, considerados en el pasado, de hecho, reservados para los hombres.
El papa Francisco ha incluido a una o dos mujeres en cada departamento vaticano, en cada comisión. Pero para que esto sea algo más que una operación cosmética, las mujeres elegidas, aún minoría, no deben ser sobre todo obedientes, sino representar la voz de las mujeres expresada a través de asociaciones. El sistema actual, es decir, el de cooptación desde arriba, permite solo un cambio de fachada. Estas iniciativas serán superficiales, especialmente si, como sucede, no se hace nada para erradicar el escándalo de la violencia sexual. Escándalo que niega el respeto de las mujeres que se encuentra en la raíz de una tradición religiosa nacida del consentimiento de una mujer: María.