JUEVES 21. Telemadrid preestrena su documental sobre los 25 años de la Almudena. Minucioso. Y curioso. Hasta tal punto que Leguina reconoce que dejó en manos de Tierno Galván la aportación que haría cada uno para rematar la catedral. “Porque pensaba que no iba a dar un duro”, confiesa. El que sí se implicó fue Felipe González, a pesar de que luego recibió una pitada inmerecida el día de su consagración. Homenaje sí merecido en el reportaje para Suquía, artífice de que Madrid tenga catedral… Terminada.
DOMINGO 24. Le advirtieron. Con motivos. Desde hace tiempo. “Años”, me dicen. “Pero no hizo caso”, me apostillan. Las advertencias de poco valen si se hacen de lejos. Sea cual sea el problema que tiene el otro. Si no se le acompaña, se quedan como mucho en un runrún. Tomada la decisión, en el exilio ya no valen los avisos. Pero se está a tiempo de acompañar.
LUNES 25. Mano a mano con Cristina López Schlichting. En los Diálogos de Yuste. Los dos, de acuerdo en que la Iglesia comunica. Ella, optimista. Yo llego algo quejumbroso por las oportunidades perdidas. “Mira Beltri, podemos dar a conocer la labor social, la entrega de los religiosos, el servicio pastoral de las parroquias… Pero hay un punto en el que hay algo que no podemos explicar. Lo que nos mueve, el Misterio, o se experimenta o con argumentos es difícil que el otro pueda comprenderlo en plenitud”. Y ahí, una vez más, le doy la razón. Porque la tiene.
MARTES 26. Encuentro con los combonianos. Para comunicar la misión. Alguno de ellos me comenta sus temores por no saber llegar a los jóvenes o a los adultos alejados. Y me lo dice alguien que se ha recorrido África venciendo miedos reales, dominando más idiomas que un ministro y evangelizando a diario con la propia vida. ¿Y ahora ve las redes sociales o la jerga de los millennials como una traba tan solo porque peina canas? Le digo que es su cometido de siempre: inculturarse, pero esta vez en su tierra. Se sonríe. Y se tranquiliza.
Por la tarde, escapada a la iglesia de San Antón para profundizar en la red de los llamados ‘hospitales de campaña’. Está claro que, de puertas para adentro, los que tenemos el seguro médico católico, tenemos al menos una clínica de urgencia en la que personarse. Pero, ¿y el cristiano ‘sin papeles’? ¿El que se fue sin más, pero necesita una madrugada de un consuelo de emergencia? Váyase usted al Carrefour 24 horas, que la parroquia está cerrada.