El Concilio Vaticano II en su Constitución Conciliar ‘Gaudium et spes’ (77) llamaba a todos los cristianos para cooperar con “todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y el amor y aportar los medios para la paz”. Es una llamada directa a construir la paz en la realidad en la que nos encontramos. Nuestra fe nos llama a eso, a ser constructores de paz, a colaborar con quienes también lo hagan. Los cristianos nos tenemos que caracterizar por ser esas personas que respiran paz y la transmiten a los demás, que saben construir una paz con cimientos sólidos y duraderos.
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Para vivir en clave pacífica y derramar paz a nuestro alrededor, precisamos realizar un análisis certero sobre cual es el mundo en el que nos encontramos y, por qué, con frecuencia, no es un lugar de paz. Nos encontramos en un mundo polarizado caracterizado por posturas extremas e irreconciliables, un mundo en el que cada uno tiene su verdad y hay una gran agresividad entre quienes tienen unas ideas y las contrarias. La gente busca soluciones fáciles y sencillas e intenta basarse en verdades absolutas que no casan con las contrarias. Esto lleva a una postura de conflicto permanente, a una exaltación de la competitividad, a querer siempre vencer, a la búsqueda de batirse con el otro.
La democracia también se ve afectada por esta polarización que produce conflicto. En nuestras sociedades prima la democracia agregativa sobre la deliberativa. Quien triunfa impone su postura al otro y no deja espacio para el perdedor. Hay poco diálogo y mucho enfrentamiento. No se buscan las mejores soluciones incorporando a quienes han tenido menos votos, sino imponer las mayorías a quienes no la tienen.
Se trata de un mundo ensimismado en el que la autorreferencia es la manera de vivir más habitual. Lo importante para las personas es cumplir los propios objetivos, alcanzar las propias metas, conocerse y quererse bien a uno mismo. El otro es solamente un instrumento para lograr los propios objetivos. Se ve a los otros como instrumentos para lo importante que es uno mismo o una misma. Solo se establece relación con aquellos que me benefician, que me ayudan a ser más y mejor yo.
Búsqueda del propio bienestar
Además, es un mundo economicista basado en la consecución de los propios deseos. Se busca incrementar los ingresos todo lo posible porque lo importante es obtener más para estar mejor. Hay una lucha global por acaparar y utilizar recursos para promocionar el propio bienestar. Las ansias de tener todo al propio servicio, pueden provocar y provocan guerras internacionales.
Y tenemos un mundo injusto en el que la riqueza está mal repartida. En el que se da la misma importancia a los deseos de quienes tienen más que a las necesidades de quienes tienen menos. Un mundo que no persigue el bien común sino un bien agregado que desprecia a quienes peor están, en el que todo parece tener la misma importancia, sean necesidades o deseos.