La noticia del deceso de Mons. Aldo Giordano toca la fibra de la religiosidad venezolana, no fue un personaje común, su servicio diplomático entre los años 2013 – 2021, le hicieron cercano a un pueblo que sufre los embates de la polarización social y el quiebre de las instituciones democráticas.
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Su arribo al país se da en los tumultuosos días del mes de febrero, en el año 2014, en la que con motivo del día de la juventud iniciaron una serie de protestas, las cuales fueron reprimidas con la violencia acostumbrada por el régimen venezolano.
La primera aparición de Mons. Aldo Giordano en televisión nacional fue en el encuentro de las mesas de Conferencias de paz, con las que el gobierno de Maduro pretendía surfear la ola de protesta juvenil. El diplomático vaticano no hablaba bien el castellano, y llevó al encuentro a una traductora oficial, y leyó en un atropellado idioma el texto enviado por el Papa Francisco.
Más allá de la polémica, Aldo Giordano fue un hombre de diálogo y fraternidad, su vocación sacerdotal estaba permeada por el carisma de la unidad, de tal manera que no conocía otra forma de acercarse a los conflictos, que no fuesen desde el encuentro y el entendimiento.
Un venezolano de corazón
Aunque fuese criticado por su aparición con personajes del sector oficial, en Venezuela, en círculos menores sostenía la idea de que en cada encuentro, veía en su interlocutor a Jesucristo, fuese quien fuese, por lo que podía reunirse sin prejuicios con todos los actores del convulsionado país.
Por su actitud de apertura muchas veces pecaba de ingenuidad, como el caso de la unión civil de uno de los hijos de un juez, al que quiso saludarles por la celebración y fue fotografiado mal intencionadamente para desacreditarle.
Otro dato importante es que Mons. Aldo cuando se refería a Venezuela, lo hacía incluyéndose. No hablaba del país, o “su” país (saliéndose), sino de nuestro país, y fue esta cercanía la que hizo que miles de venezolanos creyeran en sus gestos de bondad y familiaridad, con su sonrisa característica.
Tanto fue así, que él mismo revela cómo aprendió a tenerle devoción al Dr. José Gregorio Hernández, el médico de los pobres a la que la inmensa mayoría venera, presidiendo la ceremonia de Beatificación, en medio de la pandemia del COVID -19.
Una política del encuentro
No era fácil ocupar el espacio de su antecesor, el cardenal Pietro Parolín, ahora Secretario de Estado, nunca quiso hacerlo, marcó su servicio diplomático desde la política del encuentro, recorriendo las diócesis lejanas, yendo hasta los últimos, a la periferia que propone Francisco, con el único mensaje del Resucitado, que le precedía en su búsqueda por la unidad y la fraternidad.
Su mayor preocupación era el tema humanitario, sobre todo el de los presos políticos, en una entrevista realizada en 2015, escribía en el manuscrito enviado al autor, (ahora publicado por primera vez en Vida Nueva): “Está claro que es un tema delicado, si me arriesgo a comentarlo comprometería el trabajo”, en una confirmación de que el Vaticano trabaja por la liberación de los detenidos políticos en Venezuela, desde el servicio de Giordano.
Posteriormente la conversación fue publicada en el libro El Vaticano en la encrucijada venezolana (2018), pero sin la referencia exacta de lo comentado.
Un nuncio nacido en Italia, pero que se hizo tan venezolano, que fue la misma Conferencia Episcopal de Venezuela la que dio a conocer al mundo, la noticia de su fallecimiento.
Por eso, aunque las maniobras propagandísticas pretendan hacerlo ver como un aliado, no lo era, su causa siempre fue el bien y una Venezuela libre, justa, democrática pero sobre todo reconciliada.
Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey