Es la Iglesia samaritana que se inclina sobre el herido en gesto compasivo que cuando se convierte en política, eleva la política
El Papa celebró sus 78 años de vida con el anuncio de la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, después de una ruptura de 53 años.
El acercamiento se venía impulsando con la ayuda de Canadá y del Papa, a través de reuniones en el territorio canadiense y en el del Vaticano y con cartas con las que el Papa creó el clima propicio para la reanudación de relaciones que el presidente Obama anunció el 17 de diciembre.
Al dar la noticia al mundo, el presidente de Estados Unidos destacó la intervención del Papa: “un hombre que sabe indicar cómo debe ser el mundo”. Había tenido oportunidad de comprobarlo en aquel encuentro del mes de marzo, en una audiencia privada de 52 minutos, y en aquella carta reciente en que Francisco subrayó el significado humanitario y político que tenían las liberaciones de presos políticos de uno y otro lado.
Cuando la intervención del Papa es un factor dentro de un proceso diplomático, como ocurrió en la disputa entre Argentina y Chile por el canal de Beagle, se suele recordar esa larga experiencia diplomática del Vaticano que lo ha convertido en un referente del ejercicio eficaz de la diplomacia; pero en este caso esa imagen del curtido y astuto negociador eclesiástico ha sido opacada por la del pastor que desde el Evangelio indica a los poderosos “cómo debe ser el mundo”.
Destacan las informaciones internacionales que el interés de los respectivos ciudadanos y la situación de algunos detenidos fueron las consideraciones esgrimidas por el Papa para exigir el acercamiento.
Después de cinco años de prisión el estadounidense Alan Gross, liberado por Cuba en gesto de paz y Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero, cubanos liberados por Estados Unidos, son pruebas de carne y hueso de la voluntad de los dos países. En esas liberaciones aparecen una intencionalidad política y un espíritu humanitario, en que se pueden fundar las nuevas relaciones. En su carta a Obama el papa Francisco señaló como motivo para el acercamiento “resolver cuestiones humanitarias de común interés”.
Así, introdujo el Papa un elemento sólido en el poroso mundo de la diplomacia: las consideraciones humanitarias.
Esta ofensiva por Cuba había comenzado cuando Juan Pablo II en 1998 sorprendió al mundo con su visita a Cuba. La imagen del pontífice al lado de un acicalado Fidel, quien para la ocasión prescindió de sus arreos militares y lució un impecable vestido de paño azul, le dio la vuelta al mundo y notificó a la opinión pública que el tigre no es como lo pintan. Hasta entonces el mundo occidental había mantenido la imagen de un Fidel tirano brutal, cabeza de un régimen cruel, adverso a todo diálogo civilizado. Perfil cuidadosamente elaborado por una prensa que legitimaba el cerco a la isla. La visita papal puso en tela de juicio esa imagen e hizo escuchar la primera demanda por la ruptura del cerco.
En 2012 la visita de Benedicto XVI le mostró al mundo la faz religiosa de la isla y la relativa tolerancia de sus gobernantes. Los dos pontífices habían corrido el velo que se había tendido sobre el régimen cubano y sus habitantes.
¿Contribuyeron esas visitas al ablandamiento que hizo posible el acercamiento del 17 de diciembre pasado?
Lo cierto es que en esta tercera ocasión la acción papal obtuvo un logro histórico lleno de consecuencias positivas para el pueblo cubano y para el mundo.
Demostró una vez más que la fe cristiana no aleja de los problemas políticos que afectan a las personas y a los pueblos y que, por el contrario, adquiere una dimensión política que, con instrumentos propios, incide en la vida política. Si las tres intervenciones papales en Cuba estuvieron movidas por el mismo propósito, este es el mismo que como doctrina social de la Iglesia se manifestó en el Vaticano II, en la encíclica Populorum Progressio, en la voz de los obispos en Medellín, en la preocupación amorosa por el hombre sufriente. Es, según la imagen de Francisco, la Iglesia samaritana que se inclina sobre el herido en un gesto de compasión que cuando se convierte en posición política no invade sino que dignifica la política.
Por lo pronto y como augurio, de Cuba nos llega la certeza de los buenos resultados del diálogo; también se proclama en este hecho que la política se enriquece cuando se pone al servicio de los seres humanos, sobre todo si son los que sufren.
El papa Francisco siempre lo supo: lo de Cuba era posible. Como es posible la paz en cualquier lugar del mundo.