Seamos conscientes o no, todos llevamos en nuestro ser el legado de los que nos antecedieron. Se yerguen como estatuas transparentes en cada frase, actitud, reacción, conocimiento, acción o decisión. Son verdaderos ecos del infinito que nos soplan al oído aproximaciones a la realidad y nos enervan el cuerpo, impactando en lo que somos y hacemos con mucha más fuerza de lo que podemos imaginar.
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Son los hilos del tiempo y de la historia a los que estamos unidos y que nos afectan para bien o para mal, tiñendo nuestra existencia con un tono único e inédito, pero preñado de pasado aunque no lo conozcamos.
Nos recorre por dentro
Eso es el legado que nos recorre el alma, la psique y la biología como ríos de vivencias que nos condicionan (pero no determinan) cómo nadar en el presente. El tema es que cada uno, con su vida, con su presencia y ausencia, con su luz y sombra, con los logros y fracasos, con su amor y desamor, también suma a la totalidad y está dejando una huella en la humanidad. Nadie, hasta el más abandonado o solitario, pasa por la vida sin pena ni gloria; somos “fuegos” de diferente tamaño e intensidad, pero todos dejamos una estela al pasar.
Ser conscientes de esto es una gran responsabilidad y a la vez un influjo de propósito en tantos que creen que su vida no importa y que son invisibles para el tejido social. Todos aportamos al “puchero” global que cuece lentamente nuestras miserias y riquezas para nutrir a los que vendrán. El desafío está en ser alimento y no un tóxico envenenando a los demás.
“Cómo quiero que me recuerden”
Más de alguna vez, quizás, hemos soñado con la frase que queremos que retengan los que se quedan cuando nosotros partamos a la eternidad. Sin embargo, este voluntarismo u omnipotencia no es muy real. Las personas recordamos a los que ya no están por mil vivencias, por sus modos, sus palabras, sus hobbies, preferencias y/o mañas y defectos que no nos dejaban en paz.
El legado no es algo que se controle o se pueda disponer a voluntad, pasando todo por un crisol que deje el oro desprovisto de todo el resto del mineral. Somos seres complejos y llenos de matices, y así nos recordarán. “No hay novia fea ni muerto malo”, es el refrán popular que testimonia nuestra hipocresía social.
En momentos de adversidad
Los legados se tejen en cada minuto de la vida, en especial en los momentos de mayor adversidad. Para bien o para mal, ahí es cuando las experiencias quedan grabadas a fuego en el muro de fondo de nuestra oportunidad de vivir y aportar.
Como decía Santa Teresa de Calcuta, ojalá nadie se vaya de nosotros sin irse un poco más feliz, y es que con un gesto sí podemos hacer la diferencia. Una mirada hinchada de ternura, un abrazo ‘apapachador’, un gesto de conexión, una palabra consoladora, un silencio cómplice, una caricia entre lágrimas, un regalo buscado, una visita intencionada, un auxilio oportuno, un plato de comida, un abrigo para el cuerpo y/o para el alma, son solo algunos de las expresiones de legados que pueden salvar vidas y recordarnos nuestra humanidad.
Cápsulas de amor
Son cápsulas de amor envasadas para sobrevivir a la dificultad. Recuerdo como si estuviese presente las manos grandes, tibias y peludas de mi abuelo envolviendo las mías cuando estaba enferma o lloraba de soledad. Su legado está vivo en mí, aunque hayan pasado casi 50 años desde que no está.
Si seguimos esta lógica de pensar, podemos llegar a palpitar con el mismo corazón de Jesús que tanto ha impactado el devenir de la historia. Su legado jamás lo escribió, pero fue tal la potencia de su “bomba” de amor, dignidad y llamado a la fraternidad que es el modelo vigente de salvación.
Una llama a preservar
Sus palabras pueden ser las nuestras; su modo de relación, el que imitemos con todos y con todo; su conexión con el Padre/Madre Dios, nuestra certeza y nutrición. Que su libertad y autenticidad sean también nuestro don; que su cuerpo y su sangre se fusionen con el nuestro. Su legado es el camino y, al seguirlo, somos portadores de su legado de amor. Llevamos en nuestras arterias el hilo de la re-evolución que Él inició; no lo dejemos que se apague.