Los profesores estamos de vacaciones. Muchos siguen, aunque no lo parezca, dedicados a los alumnos y las clases. Revisando, cambiando, preparando, estudiando, dialogando, estando despiertos a la realidad que nos envuelve, conectando. Todo eso que llamamos “aprender” quienes más lo ejercitan, sin duda alguna, son los profesores.
Su tarea es meramente impulsora. El profesor está puesto ahí para hacer que el alumno llegue a aprender por sí mismo. Mero instrumento, instrumentalizado y cosificado en ocasiones. Pero instrumento al fin y al cabo que se gloría de serlo, que cuando se piensa descubre que jamás es el momento final del itinerario. El buen profesor ha experimentado con alegría y orgullo, y para esto hacen falta años, que sus alumnos le han sobrepasado y mantienen hacia él un cierto agradecimiento. Bien es cierto que no pocos alumnos cuando son alumnos son agradecidos, y que en su agradecimiento uno intuye que llegarán mucho más lejos de lo que esperamos.
Pese a todo, no siempre se tiene presente. Y, cuando se olvida, se producen decisiones desastrosas en lo pedagógico, en lo metodológico, en la evaluación, en el trato humano, en el mismo proyecto de centro.
Tuve un alumno que estos días me ha hecho retomar esta reflexión. Le di clase en Bachillerato y hoy termina una década después su segunda Ingeniería. Aquel muchacho que conocí no tiene nada que ver con los logros que ha alcanzado. Ni me lo imaginaba. Aunque bien recuerdo ciertas reuniones de profesores en los que no fuimos ni de lejos capaces de proyectar sus posibilidades y riquezas. Me entristece este aspecto, de escatología adelantada, con el que la educación, profesores, compañeros y familias miramos a los jóvenes. Muy lejos de la apertura de posibilidades y horizontes, se convierte no pocas veces en fijar empalizadas en una única dirección. Las notas actúan como esas máscaras que impedían a los burros de trabajo en el campo mirar a los lados.
Cuando un profesor asume su responsabilidad educativa, ni mucho menos esto significa preparar clases, poner ejercicios, revisar actividades y corregir exámenes. Su compromiso es primeramente con el alumno y su mundo, porque ningún alumno llega inmaculado y libre a clase, aunque no se quiera reconocer del todo. Por un lado y antes que nada, con el alumno como persona, con su libertad y complejidad, con sus capacidades y discapacidades. No es una persona en potencia, sino una persona con enormes potencialidades por desplegar. La mayoría de las cuales ni el alumno conoce. Pero su persona es lo primero de lo que el profesor se hace responsable y es en ella, no en cuadernos, ni pizarras, ni exámenes donde actuará de modo decisivo.
En segundo lugar, sin que puedan diferenciarse muy claramente más allá del papel, con el mundo del alumno, en pasado, presente y futuro. Es decir, con su historia de vida, que queda trabada a lo que en clase pueda suceder. Hacia el pasado con sus relaciones, en reconciliación y reconocimiento. En el presente, en cuanto al ejercicio de sus capacidades según sus circunstancias, valorando por ejemplo el grado de lo exigible y asumiendo la relación. Un profesor que no escatima momentos para potenciar lo que hay y hacerlo ver al joven, que da gracias, que sabe pedir por favor, que hace de la cátedra en la que enseña y espacio de diálogo, que dota de palabra, que acompaña, que abre horizontes. Y con su futuro, por lo dicho al principio. Porque ningún alumno se queda en clase para siempre, porque estará en muchos otros sitios asumiendo retos y dando respuesta a lo que ocurra. Escuchar el mundo del alumno con sus heridas, posibilidades y esperanzas.
Mirar el futuro de los jóvenes más allá de lo que vivimos con ellos debería ser para todo profesor una lección incomparable de esperanza. Lo contrario, la incapacidad para otear con confianza y sabiamente el horizonte, es una merma vocacional que termina por convertir toda la educación en el negocio de unos pocos. Pero insisto, desde la profesión más interesante que sin duda hay: tenemos la oportunidad como profesores de descubrir lo que está por venir adelantándonos cuando contemplamos lo que hay en ojos ajenos.