En este mes de marzo en que recordamos a monseñor Romero, resulta interesante analizar qué papel ocupó la defensa de la vida en su trayectoria. Puede afirmarse con rotundidad que fue central, y así lo explicita en el último párrafo de su homilía de 23 de marzo de 1980, del quinto domingo de cuaresma, el día antes de su muerte.
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Es una homilía muy conocida, pero no tanto ese párrafo postrero: “La Iglesia predica su liberación tal como la hemos estudiado hoy en la sagrada Biblia. Una liberación que tiene el respeto a la dignidad de la persona, la salvación del bien común del pueblo y la trascendencia, que mira ante todo a Dios y solo de Dios recibe su esperanza y su fuerza”.
La defensa de la vida humana en su totalidad fue lo que siempre movió a monseñor Romero, desde sus inicios en la vida sacerdotal hasta su muerte martirial. Lo expresó en otros muchos momentos: “Nada hay tan importante como la vida humana, como la persona”; “la iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona” (en esa misma homilía antes citada, el penúltimo párrafo, quizás el más conocido de todos). Denunció todo aquello que atacaba y dañaba a sus compatriotas, provocándoles la muerte rápida de la represión, o la más lenta de la miseria.
Ayuda a los semejantes
La defensa de la vida y la dignidad de la persona son la seña de identidad del pro-seguidor de Jesús, tanto más en el caso de los profesionales sanitarios, que intentan ayudar a sus semejantes en los momentos difíciles de la enfermedad y la muerte.
Por eso hay que denunciar como inmorales y anticristianas las leyes que, al inicio o al final de la vida, atentan contra la integridad de la persona, privándola de la posibilidad de existir o de consumarse. Los cuidados paliativos pretenden que el final de la existencia sea lo más tranquilo y confortable posible, dentro de las vicisitudes inherentes al mismo proceso de morir. Nada tienen que ver con provocar de forma artificial el final, en un proceso de suicidio asistido por el médico que es incompatible con la vocación de muchos de nosotros.
Sin la opinión de los profesionales
Resulta inaceptable que los legisladores no hayan atendido a la opinión de los expertos reales y de los profesionales que día a día intentar disminuir los sufrimientos de los enfermos, y que suelen por ello conocer sus preocupaciones y necesidades. Nadie quiere morirse y nadie quiere sufrir, pero de ahí a colaborar en el ejercicio de un suicidio hay un abismo que no estamos dispuestos a franquear.
Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.