La semana pasada veíamos como, en la teología de la prosperidad, Dios está deseando darnos lo mejor: dinero, salud y amor. Ahora bien, la responsabilidad de que nos conceda lo que deseamos es solo nuestra. Él siempre cumple su promesa y pide la contraparte para poder actuar. Somos nosotros los que provocamos que Él active su poder, que Él intervenga en nuestras vidas para darnos lo que deseamos. Como nunca falta a su promesa, si no tenemos lo que queremos, nunca va a ser su responsabilidad. Nosotros seremos quienes no tenemos suficiente fe en su actuación, o quienes le estamos fallando, tomando decisiones equivocadas que van en contra de lo estipulado en el contrato.
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Por ello siempre tenemos lo que nos hemos buscado. Nuestra situación es consecuencia, solamente, de nuestros actos. Tenemos la responsabilidad de lo que nos pasa. Son nuestro esfuerzo, nuestras actitudes y nuestra fe las que provocan que nuestra vida vaya en una o en otra dirección, y que recibamos el pago a lo que hacemos. Es nuestro esfuerzo personal y nuestra responsabilidad la que nos lleva a esa bendición divina. Por ello son muy importantes el esfuerzo, la honestidad, el trabajo duro y la autoconfianza. Esos son los valores clave en esta concepción contractual de nuestra relación con la divinidad.
Aquellos que no gozan de salud, de riquezas o de felicidad, es porque no han hecho lo que debían. Hay una condena explícita para quienes no triunfan, para quienes no consiguen materializar sus deseos. Porque ese es el signo de que no son bendecidos por Dios, de que no han hecho lo suficiente o no tienen bastante fe. Se da, pues, una condena al pobre, al que tiene problemas de salud, al que es infeliz. La culpa es suya, porque si hubiese hecho lo que era menester, Dios le habría bendecido. Ese es el compromiso divino, así que podemos saber quiénes se comportan como él desea y quienes no lo hacen.
Bendición divina
Al contrario, las personas que reciben la bendición divina, son aquellas que han logrado hacer realidad sus sueños de riqueza, salud y cuerpo perfecto. Aquellas que se sienten a gusto consigo mismas, que se levantan por la mañana y cuando se miran al espejo se sienten satisfechas por el lugar en el que se encuentran, el dinero que tienen, por todo lo que han conseguido y el prestigio que han alcanzado.
La autorreferencia, el mirarse a uno mismo, el sentirse bendecido por Dios y saber que se ha hecho lo correcto hace que no haya que tener mala conciencia por ser rico, por ser famoso, por ser guapo. Estas son muestras de la bendición divina, son demostraciones de que Dios está con quienes tienen éxito. No están equivocados, la prueba palpable es que han logrado todo lo que los demás anhelan. Mientras que el pobre tiene que sentirse culpable por serlo, ya que Dios le castiga, el rico se siente bendecido por Él.