Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

El riesgo del y los antisistema


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El título de la nota podría parecer a primera vista un asunto ideológico, pero no, no necesariamente es así, toda esta oleada de patrones colectivistas e individualistas traen consigo un problema de fondo, el antisistema.



No es ideológico porque la izquierda puede ganar elecciones a partir de ese delirio antisistema de cambiarlo todo desde las ruinas, en contra del orden impuesto; y el liberalismo, por su parte, en ese ‘medalaganismo’ arbitrario del yo sobre el nosotros, sin ningún parámetro más que el propio.

Sin embargo, toda sociedad, todo grupo social, toda organización necesita de un orden, de un sistema, pues cada uno tiene una función. En términos biológicos, un ecosistema en equilibrio, y en términos antropológicos, desde lo que cada uno puede ofrecer.

El peligro de que no haya orden o sistema, es que se perderían condiciones mínimas de convivencia y respeto. Respeto por el otro, sobre todo por la vida de los demás, por la ley, por ende, un horizonte sin ética posible.

En el fondo, un mundo sin orden es una fantasía falaz, ése antisistema terminaría imponiendo las reglas de status quo que le convienen, aunque perjudique a muchos, sino a todos.

Antisistema

Todos contra todos

Para ser más descriptivo, se cumpliría la sentencia de que nada está prohibido y todo está permitido, pero lastimosamente la realidad no funciona así, el orden, con todo lo que implica, siempre es necesario.

La persona necesita orden, el cuerpo humano biológicamente está conformado por sistemas; el nervioso, el circulatorio, el digestivo, y no son piezas aisladas de un rompecabezas, sino de un todo que requiere estar en equilibrio.

La familia exige un orden y mayormente natural, con reglas y normas, con respeto a la autoridad, pues allí se inicia la educación en la convivencia, a través de la vivencia de las diferencias.

La escuela necesita orden, para el respeto a los maestros, para una sana convivencia entre los compañeros, para un desarrollo no solo cognitivo sino humano y psicosocial, pues no habría escuelas sin alumnos, ni alumnos sin profesor.

La sociedad necesita orden, la democracia también necesita normas, por ejemplo; la independencia de poderes, la alternabilidad, el respeto a la minoría, la garantía a los derechos humanos. Estos no son accesorios en el sistema, son obligaciones reales y concretas.

Conquistas que no deberían ser un esfuerzo en el siglo XXI, sino el mantenimiento permanente y vigilante de lo que se debe hacer. El deber cumplido, la responsabilidad, el bien común y compartido.

Avanzar hacia un orden social distinto

El papa Francisco, en una cita ya mencionada en este espacio, refiere una idea similar: “ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco” (FT 113).

Porque una sociedad sin contrapeso deriva en una degradación moral de imposición de unos sobre otros. Sin orden, el poderoso aplasta al más débil. Una historia en la que solo gana Goliat, porque es más fuerte, o en términos electorales, porque es mayoría.

No obstante, la clave está en retomar una invitación reiterada por el papa, quizás no viralizada, pero que sí formalmente establecida en la Fratelli Tutti: “Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social” (FT 180).

En síntesis, ‘un orden social cuya alma sea la caridad’. Todo un programa antropológico de convivencia y trascendencia en un brevísimo enunciado que toda sociedad debería poner en práctica.


Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.