Las migraciones tienen la posibilidad de una mirada que convierte la realidad migratoria -con sus hombres y mujeres, y con su historia- no solo en un paradigma de la vida humana, y también cristiana, sino en un “sacramento”. Se habla cada vez más frecuentemente del llamado ‘sacramento de la realidad’. El último que yo he visto en hacerlo ha sido (mayo de 2024) el obispo Agustí Cortés, que recoge una cita de Pronzato: “Dios nos hace señas a través de lo cotidiano… Lo cotidiano se convierte en sacramento de la presencia de Dios y sacramento de tu presencia ante Dios”. Y él mismo lo desarrolla diciendo que “el Espíritu descubre en todo momento el sentido profundo de las cosas, los acontecimientos o las personas, de la propia vida y de la vida de los demás. Y así entendemos que la vida ordinaria llega a ser realmente ‘sacramento’ para quienes tienen esa mirada nueva”. No está lejos de percibirlo así el Sínodo actual que ha pedido proyectar la película ‘Io capitano’ sobre la vida de los migrantes, que en España lleva el título ‘Yo, capitán’ y que tuve la suerte –¿la gracia?– de verla.
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Seydou y Moussa son sus adolescentes protagonistas, de la misma familia, que sueñan llegar a Europa, que es la luz de los faros para una tierra de promisión o luces vacías y engañosas, de plástico, según sea el resultado. Para ello se ayudan mutuamente “a pesar” de que sus camisetas respectivas luzcan los escudos futboleros y distintos: del Madrid y el Barcelona. Y programan el abandono de su casa en Dakar y así llegar a Europa. Y, de paso, solucionar todos los problemas de sus queridas familias a quienes esconden sus intenciones con el fin de que no se lo impidan. Previamente han estado haciendo mil trabajos, para recaudar el importe necesario para el largo trayecto.
Es su sueño. El sueño que intuyen y que se construyen imaginativamente. Pero el ‘sacramento’ de la realidad aparece pronto con una retahíla de peligros, y sufrimientos. Y lo que soñaban como camino para el éxito sin demasiadas complicaciones se transforma en una aventura que les coloca en la frontera que no es solo geográfica, sino frontera y abismo entre la vida y la muerte.
Una realidad ‘sacramental’, esta de las personas migrantes que los sinodales quieren que se visibilice en las mesas redondas alrededor de las cuales abordan los temas. Como si quisieran que se sentaran a su lado. “Un poquitín que os estrechéis… y se podrán sentar”, dice la canción.
Tocar la carne de Cristo
Desde el Vaticano quieren también “tocar” esa realidad, aunque sea cinematográfica y que les acerquen a aquello del papa Francisco al canonizar a la mejicana Madre Lupita: “Quien acaricia a los pobres, toca la carne de Cristo”. Eso quería.
Así se cuela la realidad migratoria en el Sínodo de la Sinodalidad. El papa Francisco insiste en una pastoral práctica que acoja, proteja, promueva e integre también a los migrantes en la Iglesia y también en la cotidianidad de la vida. Allí donde aparecen esos “guiños de Espíritu de Dios” como hablábamos antes. Y así caminamos juntos. Ayudados para hacer realidad ese poliedro del que habla el Papa junto con la pirámide invertida de la que hablábamos en nuestro anterior artículo.
No es la clásica esfera redonda donde cada punto es equidistante del centro y no hay diferencias entre unos y otros, sino que el poliedro es un modelo en el que confluyen todas las dimensiones parciales manteniendo la propia originalidad. Para no impedir que la identidad peculiar deje de integrarse amable y comunitariamente. Se enriquece el conjunto y se procura que nadie quede aislado o esterilizado. Con lo que la comunidad se hace policroma y bella. Como el arco iris. Pirámide invertida y poliedro son imágenes impulsadoras de una nueva forma de ser, actuar y sentirse Iglesia.
El director del film citado, Garrone, lo es también de la película ‘Fuego en el mar’, que trata sobre el drama en la isla de Lampedusa, la frontera más simbólica de Europa a través de la mirada de un niño de 12 años y que, en ‘Io capitano’ sitúa el foco de su cámara en los ojos adolescentes de Seydou. Un emigrante clandestino.
Si los ‘muchos’ sinodales y las ‘pocas’ sinodales empatizan con el personaje y ven la tragedia con su misma mirada, vivirán el choque de la esperanza en una vida mejor frente a la crueldad de las mafias y la indiferencia de quienes no quieren comprometerse. Ver la película que nos acerca al sacramento de la realidad es hacerlo con la cámara que va casi al hombro de sus personajes. Y que nos la hace llevar a nosotros para (casi) tocarlos.
Que también somos miembros del poliedro eclesial frente a otras monolíticas y uniformes pretensiones. No es la esfera rígida, uniforme y cuestionadora de las diferencias (‘La alegría del Evangelio’, 235-237).
Poliedro sinodal también con migrantes, donde todos podemos tocar la tragedia para convertirla esperanza.