Jean-Marie Pirot (1926-2018) –Arcabas– fue un artista polivalente. Usó los medios técnicos más diversos y también fue capaz no solamente de crear obra figurativa y abstracta, sino de poner ambas en íntima comunicación. Su obra abstracta fue creando un alfabeto de signos muy característicos. Los iconos son signos que guardan una apariencia formal con lo que buscan representar y, en ese sentido, parte del lenguaje semiótico de Arcabas sería icónico. Pero más bien Arcabas crea un alfabeto de ideogramas, que son signos esquemáticos que presentan conceptos o mensajes –como un signo matemático o una señal de circulación. Adolph Gottlieb (1903-1974), cuya obra se inició en 1935 en el expresionismo abstracto neoyorquino, destacó por crear un coherente sistema de ideogramas.
En estos cuadros abstractos de la serie del Salmo 150, Arcabas parece querer desarrollar su propia semántica con ideogramas e iconos –como la Cruz– que nos invita a desentrañar, siempre bajo el principio de que es un lenguaje velado o mistérico para hablar de lo que nos envuelve, forma y trasciende.
Ese nuevo lenguaje de signos abstractos culminó en 1973, a su regreso del Taller Experimental Colectivo de Otawa, cuando de nuevo reemprendió su obra en la iglesia de Saint-Hugues de Chartreuse, donde tan intensamente había trabajado de 1952 a 1967. En el periodo anterior había rodeado la nave principal con obras referentes a los Diez Mandamientos. Sobre ellos, creó una serie de 16 obras que ilustran el Salmo 150, aquel que dice “Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento. Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza. Alabadle a son de bocina; Alabadle con salterio y arpa. Alabadle con pandero y danza; Alabadle con cuerdas y flautas. Alabadle con címbalos resonantes; Alabadle con címbalos de júbilo. Todo lo que respira alabe a Yaveh, Aleluya.” Este canto de alabanza resume el conjunto de alabanzas dispersas por otros salmos, es por excelencia la fórmula de alabanza a Dios, la Doxología de Alabanza. Dada la disposición de la nave, Arcabas hará que lo que presida el Salmo 150 sea una paradigmática imagen del Resucitado, que viene a transformar al Hombre de Vitrubio que inauguró la Edad Moderna.
La Resurrección
Una parte de la serie Arcabas del Salmo 150, es relativo a la Resurrección. Hay una obra que no pertenece a esta serie que ayuda a comprender la evolución estética. En esta obra la cruz de Arcabas –que no siempre es igual ya que aquí sus dos brazos se abren al cielo formando un Arca, el Arca de la Nueva Alianza– está dentro de una gruta irregular, a la que se accede por un estrecho pasillo. Es la sepultura donde depositaron a Cristo.
El fondo de la cueva es dorada, lo cual indica que la Resurrección ha sucedido. El resplandor marca el camino de salida de la caverna. Dentro, permanece, no obstante la Cruz, como testigo de las experiencias de encerramiento y muerte presentes en el drama humano. En este caso, la composición de la tumba es bastante explícita. La masa que rodea la tumba a la que se llega por el estrecho y largo pasillo, es voluminosa. Sus coloración apela no solamente a la roca sino a lo abisal, a la profundidad de la muerte en la condición humana.
Alrededor de la caverna en la que late la Cruz de Cristo y del pasillo por el que se llega se concentra un gran enjambre de letras caóticas, quizás simbolizando la confusión, palabras que necesitan ser reconstituidas por el Verbo, letras que convocan a todos los alfabetos del mundo igual que el mal de babel dispersó todas las lenguas. Como Cristo se encarnó en el mundo, así penetra lo sagrado en esa masa oscura y graba la Cruz en su corazón. La caverna nos refiere a un corazón, el corazón de la roca abierto a lo sagrado. Cristo al salir de la tumba por el pasillo funerario, abre una vía al mundo, a la tierra, a todos los abismos del ser humano.
En la serie del salmo 150, hay una obra que evoluciona desde esa abstracción. En un precioso cromatismo rojo y lila, se incrustan dos ideogramas minimales en un resplandeciente dorado. Una, claramente, es la típica Cruz de Arcabas que ya conocemos. La otra, creemos que es una abstracción de la tumba de Cristo, de la que sale Jesús resucitado. Alrededor suyo, un gran círculo de pasión, enmarcado por un contorno de ceniza. Rodeándolo, el lila es el color de la penitencia y el funeral. Todo está compuesto sobre un fondo que se revela en las partes más exteriores del cuadro, el rojo pascual, que lo comprende y abarca todo..
Es posible interpretar que la segunda figura pueda representar la Tierra donde estuvo clavada la Cruz y de la que la resurrección la desprende. Puede encontrar incluso resonancias la Ascensión. En todo caso, existe un diálogo entre Cristo/Cruz y Tierra/Tumba/Mundo que puede trasladarse a distintos misterios como en de la Encarnación: el Mesías y el útero/vida de su madre María. La relación no es de oposición. Ambos espacios están recubiertos con pan de oro que simboliza su sacralización. Es una relación de acogida, complementariedad, incluso de esponsabilidad. Podrían ser vistos como dos principios que se unen: hay una dimensión encarnatoria, no oposicional. Es más, puede que esa tumba dorada esté significando el momento de Resurrección: no es tierra/mundo/tumba/carne vacíos sino carne resucitada.
Añadamos a esa relación entre la Cruz/Cristo y la tumba/tierra/mundo otro signo que es familiar para quien haya contemplado la obra que Arcabas entregó en 1984, titulada “El Sol en tu vientre”. Otro de los cuadros de la serie Salmo 150, nos presenta cuatro elementos. La Cruz/Cristo, la tumba/tierra/mundo/madre, un polígono blanco y el círculo truncado invertido. En la obra ‘El Sol en tu vientre’ habíamos interpretado ese círculo truncado invertido como representación de la relación entre cielo y tierra, que se aproximan y forman una única figura. Es una figura que forma una equis, tiene algo de cruz si la giramos.
También podría ser vista como antropomorfa: brazos y piernas, aunque sin la cabeza. Nuestra sugerencia sigue siendo la de dos esferas que se tocan y unen: cielo y tierra, o también la Creación donde Dios da aliento al hombre de barro –que es una estructura similar a cielo/tierra. Las demás alusiones no hacen sino reforzar esa estructura cielo/tierra: la cruz son un travesaño horizontal (tierra) y un mástil vertical (cielo), y en el caso de querer leer rasgos antropomorfos, las piernas serían la tierra y los brazos en alto en gesto de alabanza, el cielo.
Esa figura de las dos esferas unidas, se relaciona en ese cuadro con la Cruz/Tumba. La relación entre cielo/tierra en las dos esferas unidas es vertical. La unión de Cruz/Tumba o Cruz/Resurrección es horizontal. Ambas líneas de relación forman una cruz y reiteran el mismo significado, pero estableciendo un paralelismo que recorre la historia: las esferas unidas es un fenómeno de origen, mientras que la Cruz/Resurrección es un hecho histórico: la Resurrección es la Nueva Recreación del cosmos y el Hombre. No se puede desdeñar la posición que ocupa la Cruz en la composición. Está casi en el centro de esa unión de las dos esferas, lo cual incide en lo mismo. Además. El dorado de la Cruz no es tan puro como el del sepulcro de Resurrección: incorpora una pigmentación de verde ocre que lo hace una figura que relaciona la pareja dorada con la doble esfera unida. Es decir, une la Pascua con el origen del cosmos en el que Dios creó al Ser Humano.
El polígono blanco del fondo también reitera esa dualidad Hombre/Dios o el hecho pascual Crus/Resurrección. El polígono deja en vacío un fondo que es simétrico con la figura blanca. Es fácil pensar en la Sábana Santa, en el Lienzo de Verónica o en el paño que cubriría a Cristo en la Cruz. Juntos los tres pares de figuras, forman un movimiento giratorio que parece poner en marcha la propia voz de alabanza. Las tres figuras –cruz, tumba y esferas unidas- están reposando sobre el paño blanco, de igual modo que los signos de la crucifixión aparecen con frecuencia –clavos, corona, lanza, esponja, dados, calavera sobre el paño blanco o la túnica púrpura que cubrieron a Jesús.
Más allá de este alfabeto arcabasiano, los colores forman una composición muy atractiva. El dorado de la Cruz y Tumba de Resurrección, contrastan con el color ocre oscuro de las dos esferas unidas. En su conjunto es un cromatismo mineral, en el que los hechos aparecen grabadas en el material más sólido y permanente. La sobriedad de las dos esferas unidas. El paño y el fondo oscuro, dan mayor vivacidad a las figuras doradas, que parece se mueven en ese salir/entrar que las pone en relación.
La doble esfera unida protagoniza varias de las obras de la Serie del Salmo 150 de Arcabas. En la siguiente obra, parece que estamos mirando el suelo terroso y marrón, sobre el que está inscrita la doble esfera, el signo que expresa la unión de Dios y el Hombre o Cielo/Tierra. En el punto de conexión de dichas esferas, se encuentra una corona de fragmentos dorados, que es fácil identificar como la Corona de la Crucifixión.
También podría aludir al verso del Salmo que dice “Alabadle con panderos y danzas”. Quizás estamos asistiendo a una danza en la que la gente forma una ronda que gira. El movimiento que parece alienta esa corona de fragmentos, puede querer sugerir algo que danza. Quizás sea una celebración de la propia unión de Cielo y Tierra, ya que rodea su punto de contacto, un nimbo que sacraliza la unión de Dios con el Hombre. Aparte de explicaciones de ambos signos, la corona de fragmentos dorados es sutil, sofisticada y preciosista. Forma un viento que mueve en círculo la materia, en comparación con el movimiento vertical de las dos esferas. Ambas figuras bailan juntas en una danza serena que integra todo alrededor del punto de unión.
La doble esfera unida se modifica en otra de las obras, para dar lugar a la cruz. Sobre un fondo naranja, la doble esfera purpurada contiene dos cruces. La superior aparece sobre un fondo oscuro, en medio del semicírculo superior, lo cual le proporciona un carácter de Sol o estrella dorada, fulgurante. La cruz inferior no se diferencia del fondo terroso anaranjado. La Cruz no es algo distinto de la propia tierra, está hecha con la madera del mundo, es el mundo mismo. Aparece como centro del mundo, el corazón del mundo representado en la semiesfera inferior. La cruz dorada también es el centro del Cielo o el Reino de Dios. La cruz es el signo que une a Dios y el Hombre en un único signo. No son dos cruces sino cada una reflejada en la otra semiesfera. Las semiesferas unidas adquieren el color pascual sobre el que las cruces aparecen terrenal (naranja) y sagrada (dorada), dos reflejos de una única Cruz.
En esta obra se capta muy bien otra característica formal de Arcabas: el relieve de sus obras, el carácter terroso e inacabado de sus superficies, que marcan la terrenalidad y carnalidad de las materias.
La Serie del Salmo 150 de Arcabas, introduce otros signos que van enriqueciendo progresivamente las evoluciones. Con un fondo granate y unas semiesferas unidas moradas, otro de los cuadros presenta una cruz dorada sobre un círculo también granate. Sobre ese círculo con la cruz, una esfera o círculo blanco. Tras esas figuras, una superficie curvada de color dorado.
De nuevo, una reflexión teológica en la que la mente alaba a Dios. La semiesfera superior acoge en su centro/corazón la cruz gloriosa –al estar inserta en el círculo–, de un Cielo en el que ya está Jesús a la derecha del Padre. El círculo blanco puede ser Sol, remite al pan eucarístico. Si la figura del fondo, esa superficie curvada simbolizara de algún modo al Espíritu Santo –su coloración dorada, su movimiento, su carácter envolvente, quizás–, tendríamos una representación de la Trinidad en el encuentro entre Cielo y Tierra de las semiesferas unidas. Los colores pascuales –púrpura, morado y dorado– acentúan la reflexión teológica.
En otro paso más, Arcabas hace aparecer otro signo más que estará presente, como los demás, en muchas de sus obras. En un cuadro que hace brillar exclusivamente tonos dorados y naranjas, tenemos las semiesferas unidas al fondo, doradas. Están sobre un fondo terroso de un naranja muy cercano al marrón. En un plano más cercano al que contempla, tenemos la cruz, unida a un cuadrado. Parece la figura Cruz/Tumba pero sin separar o en el momento en que está sucediendo la Resurrección. Apoya esa sugerencia, la forma en que está representada la cruz: no está estilizada ni depurada, sino que tiene rugosidades y relieves propios de una materia que está en plena formación, arrancada de las mismas manos de la muerte y del fondo de la tierra, o fraguándose.
La base inferior de la cruz es naranja y está unida al cuadrado cuya coloración parece en proceso de evolucionar de la tierra al dorado, o el Sol que amanece del horizonte anaranjado al esplendor radiante del cénit. Todavía de la cruz caen a ambos lados unas manchas arcillosas. ¿Podría estar representando el justo momento en que Cristo resucita, todavía dejando un cuerpo herido y machacado por su ejecución en cruz? En su salida del cuadrado/tierra/tumba deja un rastro de fragmentos, algunos dorados y otros anaranjados, que visiblemente se observan en la superficie. En su acto de Resurrección, Cristo –representado por la Cruz–, muestra la trascendencia amorosa y sagrada de la unión entre Cielo y Tierra, Dios y Hombre, y la figura de las dos semiesferas se torna dorada.
Sobre el cuadrado –que significa tierra en los códigos clásicos–, la tumba todavía no abierta porque está Cristo justo saliendo de ella, hay otra figura que enriquece el alfabeto arcabasiano. Se trata aparentemente de un uno romano o una i latina mayúscula. Desde ese punto de vista puede ser el 1 de la Trinidad o la I de Iesus, ambos dorados. Otra forma de verlo, distinguiría dos semiesferas internas –en hueco- que se aproximan. En cierto modo, las semiesferas unidas y la I latina, están familiarizados casi como inversos uno del otro. Arcabas logra formar a su regreso del taller canadiense, un lenguaje de ideogramas e iconos que va a hacer hablar en gran parte de sus obras futuras. Para hablar de los misterios, casi siempre hace falta crear un lenguaje nuevo.