Ya no hay norte, sur ni este, sino que todo es ya salvaje oeste. El trumpismo, elegido con un masivo apoyo del cristianismo estadounidense, está impulsando el belicismo a cotas impensables. Se va a levantar la mayor ola de odio antiamericano de toda la historia y se están reuniendo todos los ingredientes para una nueva guerra mundial.
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Todo se hace históricamente incomparable. El máximo patetismo se alcanza con la operación que Trump ha decidido acometer en Gaza. Violando cualquier norma de Derecho Internacional, toda la doctrina internacionalista estadounidense y la mínima piedad humanitaria, pretende invadir la región, expulsar a los millones de habitantes ciudadanos y que los multimillonarios estadounidenses construyan ‘resorts’ para ir a tomar el sol. Es tan insultante, grotesco y cruel, que deja al mundo sin palabras.
La clave del problema es profundamente espiritual. No es un problema de estrategia, de doctrina ni de ideología. El problema es haber sucumbido a la tentación de lo que Juan Pablo II llamaba “la cultura de la muerte”. Reside en la pérdida de esperanza y fe en lo humano.
Las redes y organizaciones de solidaridad del mundo cristiano, muy especialmente las católicas, han iniciado una resistencia para defender a los más pobres. El movimiento mundial que debe emerger para frenar el salvajismo rampante debe ser de una escala hasta ahora desconocida. Y también de una nueva profundidad.
Siente con ternura
Sobre todo, ante esta barbarie, la humanidad debe abrazar con mayor fuerza el principio y fundamento de que Dios es el Señor de la Historia y que Él –dice el salmo 102– “siente con ternura”. Inexplicable, revolucionario, casi contra las evidencias, pero de ello no solo brota la esperanza final, sino el motor más potente para luchar contra la injusticia ya. Como asegura el Cantar de los Cantares, “el amor es tan fuerte como la muerte”.
