La representación del San Francisco por Arcabas muestra algunos de los rasgos característicos de Arcabas. Las obras figurativas de Arcabas comienzan a verse por los rostros, que atraen la primera mirada de quien las contempla. Los rostros expresan su emotividad en la coloración de la nariz. Una nariz más pálida o, generalmente, una nariz en un color más encendido que el resto de la cara, muestra un sentimiento intenso. La nariz está encarnada, signo de excitación. Ese sentir viene confirmado por la boca. Estos labios se ven repetidos en numerosos cuadros de Arcabas. Son unos labios finos pero salientes, propios de un niño que succiona la leche de su madre. Característico también de un actitud de sensibilidad, atención, entrega, profunda interioridad, excitación y placer. Nariz y labios aportan inocencia y pureza, hay quietud, no ansia. Es una trascendencia serena y emocionada.
Junto con los labios apuntados y la nariz, están los ojos encendidos de Arcabas. Son ojos que aparecen con luz propia. Contrastan especialmente en su san Francisco al ser la faz más apagada. El rostro se muestra oscuro, ensombrecido por la capucha. Muestra humildad, discreción, invisibilidad. Es un rostro popular con una barba ligera, que le resta fiereza al gesto. No tiene bigote y la barba crece baja, como signo de una virilidad que no se impone. Es el rostro de un pensador.
Los rostros de Arcabas muestran esas tres características: la sangre circula más sensible y emocionada, y enrojece la nariz; la sensibilidad es alta e intensa, y los labios se suavizan y se ponen en una posición de beso; los ojos son linternas con luz propia y algo fría. La mirada contemplativa, serena y de esferas oculares con grises o blancos fríos. La templanza contemplativa de los ojos hace contaste con la emoción del rubor en la nariz y los labios entregados.
Dinámico y relacional
Junto con el rostro, otro rasgo propio de Arcabas son los planos dorados que hacen presente a la divinidad. En este caso, es un nimbo reformateado. No es el típico círculo o anillo, sino una superficie geométrica con un ribete de carácter vegetal en la parte trasera. El nimbo de santidad que rodea la cabeza de Francisco hace que el rostro sea todavía más apagado, en contraste con el oro de la santidad. El hombre oscurece su protagonismo, pare que brille Dios en él. Esa combinación de un contorno lineal con otro más vegetal, vivo o dinámico, pone en diálogo dos componentes de lo sagrado: por un lado, lo sagrado es permanente, sempiterno e imperecedero; por otra parte, es dinámico, relacional e histórico. El nimbo de Arcabas es móvil y crece, no es una forma estática que detiene la emoción. Es una forma dorada relacional y activa, viva y en continuo desarrollo.
Arcabas dota a san Francisco de un cuerpo lineal, casi mineral. Cabeza, cuello, hombros y pecho tienen el color del hábito o de la madera fresca. También las manos que descansan sobre su bastón. El resto del cuerpo se hace blanquecino. Se une al fondo blanco, que puede ser el viento de frío austero que le envuelve, o también el Espíritu Santo que le da quietud y detenimiento. El efecto visual es el de un Francisco parcialmente cubierto por la niebla, al que el Espíritu Santo protege con su suave velo. Los siete pájaros se acercan a él sin duda ni temor. Sus labios parece que les hablan. Fija la mirada en el que vuela justo a pocos centímetros de su cara. Otros se posan confiados en su cabeza y su hombro. Otro más, en sus manos, como si fuera una tercera mano más sobre el bastón.
Un ser intemporal
Evidentemente, Arcabas representa la conversación de san Francisco con los pájaros en pura naturaleza, un momento de mística natural, continua a la mística con Cristo. El fondo de rombos forma una espiral que compone el cosmos, geométrico, matemático, de leyes inmutables. El río pálido y el firmamento de rombos siguen la misma lógica espiral, de progresivo desenvolvimiento. Dialogan con el nimbo, que parece seguir levemente el mismo movimiento. El nimbo de Francisco, de ese modo. Sería el cosmos, el hermano firmamento, que desvela su origen sagrado alrededor del rostro de su hermano pobrecillo en un bosque perdido de Asís.
La formación blanca viene de lo alto: gracia divina, vía láctea o soplo invernal, en todo caso hace a san Francisco intemporal. El propio color madera que colorea al resto de la figura, le da un carácter escultórico tallado en madera. Frente a la inmovilidad de Francisco, extasiado en la contemplación, está el dinamismo del vuelo de las aves que revolotean frente a él, como si ellas mismas fueran sus palabras vivas.
Las obras de Arcabas forman una iconografía coherente, con una fuerte personalidad que rápidamente conducen a un universo común. Todas las obras de Arcabas forman parte de un único mural en el que el autor comunica una historia de paz, inocencia y emoción.