JUEVES 4. Presentación de ’33 El Musical’ a directivos y agentes de pastoral de los colegios católicos de Madrid. Escucho por primera vez cantar a Christian, ese nuevo Jesús ‘hipster’ que pone voz a la cristología de Toño Casado. Sorprendido. Para bien. Como también me atrapan las palabras de José Gallardo, el profesor que está detrás de los manuales pedagógicos para trabajar el espectáculo en el aula. “Este musical aparece aquí y ahora porque Dios tiene mucho que decirnos, por ejemplo, que enseñamos con los que sabemos y educamos con lo que somos”. A enmarcar.
DOMINGO 7. Escucho al Papa en el ángelus. Su reflexión sobre el azote verbal de Jesús a un Juan que creía que solo los doce apóstoles estaban en posesión de la verdad. Y del bien común. Francisco lee. Y a mí se me vienen unos cuantos nombres de elegidos excluyentes. Y reparo en las veces que yo he condenado a otros, solo porque no llevaban la cruz al cuello. Mientras, el Papa continúa su lectura y llega a uno de los vocablos icónicos de su pontificado, no lo puede evitar y levanta la mirada: “La autorreferencialidad es la raíz del proselitismo en la Iglesia y ya decía el papa Benedicto que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, por el testimonio y con la fuerza del Espíritu Santo”. Sana improvisación.
LUNES 8. Entreculturas y Fe y Alegría reflexionan sobre la Agenda 2030 en materia educativa. En el Palacio de Cibeles. Con el respaldo de la ministra socialista de Educación. Sus primeras palabras descolocan. “Aquí tienen a una admiradora de su labor”, les dice a los jesuitas. En medio de vaivenes con el cuerpo de Franco, de campaña de inmatriculaciones, de acoso a los colegios concertados y de mareos con la asignatura de Religión, uno no sabe el sentido del elogio. O el sentido de los globos sonda, que dicho sea de paso, no son exclusivamente clericales. Pero ahí está.
MARTES 9. No tengo conversación alguna con Villarejo. Que yo sepa. Tampoco puedo presumir de máster. Ni cuenta en el IOR. Pero me cuenta un obispo que las cosas han cambiado en el banco vaticano y ya ha perdido parte de ese halo sombrío que le ha acompañado durante décadas. Por primera vez le atendían de forma personal, le entregaban una tarjeta vinculada a su cuenta y, sobre todo, percibía que todo estaba saneado. No creo que solo sea un ejercicio de limpieza superficial. A buen seguro que no se ha llegado hasta el fondo. Pero más cerca sí se está.