El sexo es la celebración humana más profunda y universal, y la vivimos piel a piel sin más. Es pura celebración de la vida y el amor desde el origen del ser humano, deja desnudos en toda su belleza no solamente los cuerpos sino la propia condición humana. El sexo es la celebración desnuda.
Vista integralmente, la relación sexual es la hospitalidad del cuerpo. La sexualidad es hospitalidad. Eres acogido por el otro en su cuerpo y viceversa, y se dan todas las leyes de la hospitalidad: reconoces al otro con tus sentidos y tu cuerpo, lavas su cuerpo y lo perfumas, hay una comensalidad en la que bocas y manos nutren el placer, se adentra en el interior del otro, se descansa, se conversan palabras de verdad. El sexo sucede en todo nuestro cuerpo: en la caricia, en el beso, el abrazo, en las manos, en el masaje, la contemplación del otro, la voz y las palabras adecuadas, el gusto de nuestras bocas, adentrándonos en el cuerpo del otro. El sexo está en la lógica de la donación, el cuidado y la comunión. Acoges al otro en tu piel y tu interior: el sexo es hospitalidad del cuerpo.
Es una celebración existencial e integral, en donde se comparte la mayor intimidad, donde ponemos toda nuestra atención en el otro, nos unimos plenamente con él. En la relación sexual somos bellos, la belleza de nuestra carne y espíritu se concreta y expresa en su plenitud. El sexo es sobre todo una experiencia de belleza.
El sexo siempre es relacional, nos humaniza, comunica nuestros deseos más profundos, nos expone en nuestra desnudez. En el sexo somos plenamente aceptados en toda nuestra integridad y, como parte de esa aceptación, el otro reconoce y acepta el regalo de nuestro deseo. El sexo es una entrega de gratuidad y nos hace ser pura gratitud. Uno acoge plenamente al otro y para poder hacerlo acogemos al otro en el corazón de nuestro tiempo y nuestra carne. La experiencia sexual se hace plena cuando nos acogemos recíprocamente por entero, cuando el otro es nuestra pasión. El sexo une a la pareja en la mayor alegría.
Precisamente, en 2016, la Iglesia tituló ‘La Alegría del Amor’ a su enseñanza sobre el amor en la pareja y la familia. Da una “visión positiva de la sexualidad” (‘Amoris laetitia’, no.153) y nos invita a contemplar, compartir, dialogar y discernir juntos sobre la experiencia espiritual que recorre nuestra relación sexual, donde el Espíritu nos ilumina y llama al mayor amor.
Siempre hay algo trascendente en nuestra relación sexual, nos lleva más allá de nuestra piel, a estar en el otro, habitar al otro y compartir un éxtasis en el que el placer propio y el del otro nos descentra y nos excede. Es una experiencia excelsa y trascendente, pero también es divertida, hay mucho de juego y danza, nos hace reír y es cotidiana y prosaica.
En el fondo de los sentimientos y en el alcance del éxtasis hay mociones que nos dejan una sabiduría; el sexo da formas al lenguaje de la vida. En la Biblia y la vida de innumerables parejas existe una sabiduría en las que las dimensiones de la sexualidad, el placer, el gozo, la alegría, la belleza llegan a su culmen.
No hay poema más elevado y carnal sobre el sexo que el Cantar de los Cantares, aunque su esplendor y alcance haya sido ocultado durante largos periodos de la historia. Posiblemente escrito por mujeres, lo que no cabe duda es que la voz bíblica que lo recita es principalmente la de una mujer y culmina lo que había comenzado en el Génesis con Adán y Eva. El Cantar de los Cantares expresa, despliega y culmina el marco de relación sexual que ya entrañaba el comienzo de Génesis. Se sea creyente o no, el Cantar de los Cantares es una revelación para la pareja que lo lee, escucha y disfruta. Habla a las dimensiones más profundas de la Belleza, desde donde se forman nuestras referencias, actitudes y mociones para discernir.
El sexo del Cantar de los Cantares nos vivifica, nos consuela con paz y armonía, expande nuestra alma, nos comunica con el fundamento de la vida, nos da esperanza en que es posible experimentar que el amor es la única teoría del todo, lo explica todo, nos lleva más allá de cada uno, nos sana. Ese “sano erotismo” (AL, no.151) nos hace contemplar que en la pareja “un amor… sin placer ni pasión no es suficiente para simbolizar la unión del corazón humano con Dios” (AL, no.142).
Inspirados en esa sabiduría bíblica y leyendo nuestra experiencia sexual y espiritual, es bueno que compartamos, discernamos y celebremos la gloria y alegría del sexo. Esos lenguajes de la belleza del sexo contrastan con algunos rasgos de la cultura sexual dominante y también con actitudes represivas y negadoras que ejercieron durante un largo periodo histórico las tradiciones que se decían inspirar en esa Biblia capaz de cantar el Canto de Salomón, la Canción de las Canciones. La Alegría del Amor nos hace consciente de “la necesidad de un lenguaje nuevo y más adecuado” para acoger, compartir, acompañar y discernir ‘el tema de la sexualidad’” (AL, no.281).
Desde nuestra experiencia y pensar, en la relación sexual podríamos encontrar siete cantares, que forman un continuo y que en esta reflexión queremos compartir.
Primer cantar
El primer cantar comienza en la alegría y la atracción, la llamada, el ofrecimiento, la convocación. Uno se aboca al otro, se inclina, abre y deja abierta la puerta al otro, o llama a esa puerta. A veces llama con los pies que quita el frío de los pies del otro. Otras veces es una invitación que te propone abiertamente de palabra que hagamos el amor, y uno no puede dejar de estremecerse. Abocarse significa etimológicamente inclinar la boca de un cántaro para verter líquido en el otro. La relación sexual siempre comienza por una llamada, comienza por el nombre. A veces te abres ante el otro y muestras tu desnudez o tu excitación.
Ese primer cantar es también el de la preparación. Quizás nos hemos vestido de un modo especial o hemos dispuesto el lugar con música, una luz especial, una lectura que invita, una película que nos inspira, una comida o cena en la que todo ha sido seductor. La seducción tiende un camino que llama a nuestro corazón, a nuestra mente y a nuestro cuerpo, que a fuego lento va elevando la temperatura del amor. En la seducción todo se emplaza como convocatoria a la absoluta sinceridad.
Esa preparación hace que parte de nosotros se va haciendo transparente. Adivinamos el cuerpo que late tras la ropa o hacemos una claridad en parte de nuestra piel como anuncio del deslumbramiento que nos llegará a asombrar. La atracción sexual siempre es asombro ante un advenimiento que va a exceder lo esperado, porque nunca es igual. Igual que uno nunca se baña en la misma agua de un río, nunca hace el amor del mismo modo.
En este primer cantar es la belleza quien habla. La belleza tiene su lógica, su racionalidad. Es la razón de la belleza la que habla. En el sexo verdaderamente humano vivimos la belleza por la belleza. No es funcional, no es mecánica ni una producción ni reproducción de un patrón. La pareja se dice la verdad mediante el sexo, se hace bien, pero toda verdad y bien es dicha y hecho a través de la belleza. No es una belleza objetivada, estatuaria ni abstracta, sino una belleza con nombre propio, llamada por el nombre. Como decía el escritor griego Nikos Katzanzakis, Abraham no amaba a una mujer en abstracto ni a las mujeres en general, sino que amaba a Sara.
La belleza atrae nuestra mirada y nuestro tacto, nos saca de nuestras casillas y nuestros encierros, hace florecer nuestra alma con una experiencia de alegría súbita que saca lo mejor de nosotros afuera.
Segundo cantar
El segundo cantar es el regalo y la fiesta. El sexo es festivo, es el festejo de la persona. No es funcional ni una producción en la que el otro es un medio para otra cosa, sino que el otro es un fin en sí mismo. Se festeja la singularidad de la persona con la que estás. El otro se da como regalo, uno no lo roba. Realmente lo único significativo en el sexo humano es aquello que el otro dona y regala. Lo que da valor humano al sexo es el carácter donacional del mismo. Es sexo humano si el otro muestra su singularidad, te reconoce, se da, mueve su voluntad, te desea, te busca y te encuentra, eres significativo para el otro.
En el sexo das tiempo convertido en carne, en persona; deja de ser una medida abstracta y pasa por dentro de nosotros. El tiempo es un modo de relacionarnos con la eternidad y el sexo llena de eternidad cada momento.
Nos dedicamos al otro con todo lo nuestro, sin dejar nada que guardarnos. Por eso el sexo es un acto de verdad, en el que todo quiere ser cierto y auténtico. El sexo sin autenticidad se ve obligado a hacer simulaciones con la fantasía para que parezca que hay algo genuino que siquiera puede suceder, pero siempre se ve frustrado.
La verdad del sexo hace que a veces sea un puente para la reconciliación o una celebración que culmina el perdón. Cuando vivimos sin perdón, hay una parte de nosotros que no se desnuda, la hospitalidad cierra aposentos en los que el otro no puede entrar y la entrega no culmina de verdad.
El sexo siempre es una fiesta que da significado a la vida, no es puntual y cerrado sino que extiende un mensaje de vida y belleza a todos los acontecimientos que pasan en la vida e una pareja. Es la fiesta del amor y el amor es la única teoría del Todo.
Tercer cantar
El tercer cantar tiene el tono del reconocimiento. Uno gusta al otro y el otro le gusta, prueba al otro y conoce su sabor, contempla e intercambia voces y señas. Las caricias recorren todo el cuerpo como si recreáramos su contorno e interior. En su canción ‘Santa Lucía’, Roque Narvaja dice poéticamente que los amantes palpan su cuerpo como las personas ciegas el rostro del otro para reconocerle. Eso solamente sucede en la máxima intimidad, conocemos el interior del nombre del otro y se abre el misterio en el que nos movemos pero nunca abarcamos del todo. Abrazamos pero no llegamos a abarcar todo, siempre queda algo por vivir, sentir, reconocer. Volvemos una y otra vez y el otro es cada vez mayor, su belleza nos invita a ir más allá en todas las direcciones a las que sabes que no vas a llegar. Nunca se agota. El sexo cansa pero no se agota. El sexo es redescubrimiento y siempre nuevo descubrimiento.
Cuarto cantar
El cuarto cantar es la entrega. Das, te das y te da. El sexo es iniciativa mutua. Cuando hay pasividad, pierde. Es cierto que hay relevos en la actividad, pero en su conjunto requiere de participación, implicación, dejar que el deseo haga su entrega en el cuerpo del otro. El placer marca un camino al otro que no cesa de llevarnos al centro de él. Es el cantar del favor, de la gracia derramándose.
Al complacernos todo el cuerpo se hace hogar y se abre plenamente el palacio interior, donde todas sus estancias son cálidas. Al complacernos, todo se da, todo sale de nosotros. La risa es el lenguaje y la pasión pronuncia los más hondos sentimientos y valores de nuestro corazón. Todos salen afuera: paz, tolerancia, respeto, solidaridad. Todo lo bueno se libera para derramarse.
Al complacer se intensifica la alegría, se estrecha la unión y se prepara el cuerpo y extiende más (primer cantar). Complacer es un regalo festejado con un estremecimiento que hace que el cuerpo trascienda su propia piel (segundo cantar). Complacer hace que reconozcamos el rostro del otro transfigurado, sin rigideces ni máscaras, como es de verdad (tercer cantar). Todos los cantares se van sumando y uniendo coralmente en cada siguiente cantar.
Quinto cantar
El quinto cantar es la comunión, el tiempo de compartir. Es la comensalidad de sentarnos juntos, uno sobre el otro y al revés, de ser servido y servir en el cuerpo del otro y el propio mutuamente. Se alcanza el sentir con el otro un canto cada vez más aunado. La reciprocidad lleva a que sea una conversación de hechos, un diálogo corporal en el que cada vez más cada gesto es los dos. En la comensalidad todo se ha dispuesto, nos comemos a besos, nos reconocemos como un nosotros, como dos cuerpos unidos, uno dentro del otro y viceversa, las lenguas quedan atadas en una sola voz, hay una experiencia de fusión, de comunión que no puede ser más profunda. La comunicación se hace plena. Es una danza en un cuerpo que se pierde en el otro, es reencontrado por él y nos es devuelto, a la vez que al otro le ocurre lo mismo.
Sexto cantar
El sexto cantar es el éxtasis, la mayor consolación que confirma que nos hacemos totalmente otro, nos vamos de nosotros para ser en el otro y formar un nuevo cuerpo con él. Es el momento desmedido del exceso, donde no es que uno muera sino que trasciende a donde nunca solo puede llegar, entramos en el misterio del otro, que se nos hace claro durante instantes de revelación. El otro nos ocupa con totalidad, vivimos en el otro, habitamos su tierra, la metemos en lo más hondo de nosotros y emigramos totalmente a ella a la vez.
Hay una experiencia de alianza y esponsalidad, de unión máxima que pide ser ilimitada. Es una experiencia de esplendor y deslumbramiento. El orgasmo nos traspone, no hay palabras, solo la belleza tiene voz.
Séptimo cantar
El séptimo y último cantar es la gratitud, el descanso, la extenuación, es resonancia y a la vez misterio. Es vivir agradecidamente abrazados.
Estos siete cantares que hemos presentado sobre la relación sexual no son un continuo lineal sino que dentro de un cantar se vuelve atrás y se recomienza, sigue una danza espiral en la que unos son incluidos y resonados en los otros. Hay sexo del primer cantar y del segundo, como es el beso profundo y largo que solo seguirá en otra ocasión más allá, pero resuenan en cada canto una llamada a todos los demás cantos, hay comunión, éxtasis, gratitud, aunque no sea en la pleamar.
El sexo nunca es único. La misma partitura de los siete cantares puede ser tocada y cantada de forma muy distinta, a ritmos diferentes, con distintos grados de iniciativa, en diferentes circunstancias. Hay un sexo cíclico, al que volvemos cada semana; un sexo cotidiano que se abre paso en medio de los trabajos y los días; sexo estacional que acompaña las demás celebraciones de la vida, un sexo del reencuentro, un sexo reparador cuando los tiempos son adversos, un sexo del perdón.
Los estilos de sexo también varían dependiendo de las edades y culturas, personalidades y costumbres, estéticas y gustos. Hay un sexo que enfatiza, es elocuente y enérgico, está en forma e incluso puede parecer deportivo. Hay otro sexo más lento, poético, narrativo e imaginativo. Hay sexo más sabático que descansa y desahoga y consuela de lo que nos agobia. Hay sexo lúdico y divertido, un sexo de aventura y exploración, un sexo que cura heridas, otro que expresa el perdón, hay sexo curioso e innovador, un sexo que nos da estima y autoestima, un sexo ligero y casi distraído, un sexo que busca expresamente engendrar un hijo y otro que no, etc. La cultura sexual cambia en cada sociedad y cada época. Y cambia con la experiencia, lo que aprendemos, el ciclo vital, la edad, las condiciones físicas, las etapas de trabajo y hasta con las estaciones.
El sexo se despliega como un arte con una lógica de danza, hay mucho de inteligencia cinética, de lenguaje de cuerpos en toda su extensión y profundidad. Las melodías son tantas como partituras y estilos musicales hay. Hay un sexo más rockero y motórico, otro pop y de juego, otro tierno y minimal, otro entrañable y étnico, otro clásico lleno de grandeza, etc. Las composiciones de los cuerpos y sus sucesiones no tienen límite en su variedad.
La creación de una nueva vida llega desde el origen del ser humano a través de esta hospitalidad, una procreación que vive las siete notas de la hospitalidad de los cuerpos y alcanza la Hospitalidad mayor, que es la de un hijo dentro del cuerpo, luego hecho hogar.
Conclusión
La relación sexual, en toda su amplitud y plenitud, es parte indispensable de la espiritualidad de la pareja de vida. Gracias a Dios, en las últimas décadas hemos vivido una progresiva liberación de la mujer y la relación de pareja es más equitativa. Las mujeres –y también los hombres– pueden vivir, compartir y expresar su singularidad y experiencia sexual con mayor libertad y con todo su alcance. Esa situación muestra de un modo más genuino y profundo la amistad de iguales que fundamenta la conyugalidad positiva.
Junto con ello, también hemos sufrido en las últimas décadas cómo el neoliberalismo ha mercantilizado más el terreno del sexo, persisten y mutan las violencias de carácter sexual, el individualismo utilitario neoliberal ha formateado parte de nuestras formas de vincularnos y el a veces consumismo superficializa sin alegría creando más vacío que juego. No cualquier cultura sexual pública es compatible con la democracia y con la vida que nos humaniza. Esto nos da forma como personas y sociedad y también debemos tener en cuenta que junto a la canción del sexo hay mucho ruido insano.
Necesitamos profundizar y contemplar la universalidad del sexo, así como acoger toda la diversidad donde se expresa lo mejor del ser humano. El sexo es una experiencia de intimidad que requiere el cuidado y el respeto, pero en estos momentos también es precisa la transparencia y el diálogo, celebrarlo y discernirlo. El sexo es la relación de mayor intimidad y por eso se hace especialmente importante –como en ningún otro campo vital– escuchar a las personas con un cuidado exquisito, poner un sumo respeto en su libertad, no pesar sobre ellas, contemplar desde la alegría del amor. Se hace necesario compartir más la experiencia profunda que vivimos para poder recrear esa cultura sexual pública y mostrar el valor de la sabiduría y alegría del pueblo del Cantar de los Cantares.