Fátima, su esposo y sus dos hijos de siete y cuatro años se hallaban con mucha más gente a bordo de una patera en medio del Estrecho que separa las costas marroquíes de Europa. La barca se movía violentamente a merced de las olas de la noche. Toda la familia estaba muy nerviosa y presa del pánico, especialmente los dos niños. El viaje se prolongó durante ocho horas.
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Tenían miedo de los traficantes a quienes pagaron todo el dinero que pudieron conseguir para poder subir a la embarcación, miedo del piloto, de la gente que les rodeaba, del mar, de todo. Fátima estaba familiarizada con el mar ya que su marido y su hermano son marineros, pero dice que no quiere volver a ver el mar nunca más. Desde aquella experiencia, hay distintas cosas que les parece que siguen en la patera.
Al desembarcar en las costas españolas se dirigieron a Madrid y como carecían de contactos y no tenían nada, comenzaron a vivir en la calle. La familia unida, agarrados unos a otros. Sintieron que seguían en otro tipo de patera, juntos entre las olas de la calle, las miradas de la gente, con miedo a todo: estaban completamente expuestos a cualquiera que les quisiera hacer daño.
Estas experiencias han dejado un hondo trauma en la familia. Tres años después de arribar a España, los niños siguen presos del miedo. No quieren entrar en ningún ascensor porque les recuerda a la patera. No pueden ir al baño solos porque les entra un ataque de pánico. Incluso en casa siguen viviendo con miedo. Tienen “miedo de la patera y de dormir en el parque”.
El miedo ha menguado en el caso de la niña –que actualmente ya tiene siete años–, pero el mayor, ya con once años, sigue sufriendo las agudas consecuencias del síndrome de patera: ingesta descontrolada y obesidad, una somnolencia excesiva que le hace dormir mucho durante el día, gritos y llantos frecuentes, un estado general de nerviosismo, desasosiego e hiperactividad. Todo ello se refleja en problemas de adaptación a la vida colegial, pero también un comportamiento preocupante en la vivienda familiar. Afecta a todos. Ya vemos la fobia al mar que atenaza a Fátima.
El síndrome de patera consiste en estar en curso de un desplazamiento peligroso para mejorar la vida por una situación de flotación sin seguridades, garantías ciudadanas ni apoyos sociales y solo con medios muy precarios en un entorno socioeconómico que te puede desbordar y destruir.
Igual que en la patera uno cuenta con una nave precaria, Fátima y su familia apenas tienen medios que no sea la formación y disposiciones. Carecen de permisos de residencia y trabajo, lo cual les hace carecer de un estatus de ciudadanía en el país de acogida y no cuentan con garantías. Sí tienen acceso a la educación de sus tres hijos –en España han tenido a su tercera criatura hace año y medio–. Cuentan con muy pocos apoyos sociales: dos amigos que apenas les pueden prestar atención, la pequeña comunidad parroquial y las ONG que les ayudan.
La pobreza les desborda
No tienen seguridades vitales que les permitan planificar, salvo en el acceso a los servicios básicos españoles en materia educativa, sanitaria, servicios sociales y de protección policial y judicial, lo cual ya es mucho a ojos de nuestra entrevistada; suponen un salto cualitativo en comparación con los servicios a los que tenían acceso en Marruecos. No obstante, no son suficientes para proporcionarles los empleos de los que depende salir de la pobreza en que se hallan.
Viven en un entorno en el que la pobreza les desborda. Lo muestran en sus quejas sobre el vecindario, que es hostil, pese a ser de vecinos magrebíes. Fátima se encuentra al límite, aunque con fuerzas y ambición para trabajar y luchar. Mejor vivir en esta vida-patera en que navegan hacia su futuro, que en el Marruecos del que proceden. Saben que el contexto económico es muy difícil y que la coyuntura de empleo es adversa.
Saben que puede prolongarse mucho el estado de pobreza que sufren y que les hace totalmente dependientes de las ayudas sociales. Están experimentando sus efectos en su hijo, y también en los ánimos de la familia. Pero son resistentes, persisten en su viaje en esa patera social con la que atraviesan las capas más pobres de la sociedad con el sueño de llegar por fin a la autonomía e integración. Han desembarcado en Europa hace tres años, pero todavía están esperando llegar.