El tiburón Gazpacho


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Estábamos mi hijo y yo preparándonos para desayunar como cualquier otra mañana. Haciéndole partícipe de las tareas del hogar le pedí que llevase a la mesa las cosas del desayuno. Así que abrió la despensa y tomó, en primer lugar, la caja con sus galletas. En estos días se trata de unas galletas con forma de tiburón y él disfruta observando la portada de la caja antes de dejarlas encima de la mesa.



Yo no me levanto con la misma energía que él, por lo que a veces sus planteamientos me toman por sorpresa.

  • Mira, papá, este es el tiburón Gazpacho
  • Ah, hijo, muy chulo. ¿Y cómo es este tiburón? ¿Es agresivo? – Y para añadir un significado contextual a la palabra añadí: ¿Pega mucho?
  • Sí. El tiburón gazpacho es muy agresivo porque pega todo lo que se encuentra suelto.

En ocasiones me da reparo sonreír al escuchar en voz alta las curiosas conexiones que establece su cerebro en desarrollo porque no quiero que tenga miedo de expresar sus pensamientos ni sienta vergüenza de ellos.

El mundo está enfermo de agresividad, entre otras muchas patologías sociales y emocionales. Y qué diferente sería la realidad si esa agresividad fuera como la del tiburón gazpacho, que une lo que está dividido; que arregla lo roto.

Pero no.

Ya en las primeras páginas de la Biblia, nuestros antepasados judíos nos narran que la violencia forma parte de la historia de la humanidad desde el principio de los tiempos. En el capítulo 6 del Génesis, Dios se arrepiente de haber creado a las personas y decide quitarlos de en medio (Gn 6, 6). Así, de golpe, como quien cambia de ruta espontáneamente y toma otro sendero.

No se especifica qué fue lo que había cabreado tanto a Dios como para tomar la decisión de deshacerse de la única criatura nacida a su imagen y semejanza. Se comenta sucintamente “Yavé vio que la maldad del hombre en la tierra era grande y que todos sus pensamientos tendían siempre al mal” (Gn 6, 5). ¿Todos sus pensamientos? ¿Todos? Pues si es así, son unos cuantos.

Unos 3.000 años después de aquello, me gustaría poder escribir con seguridad que la humanidad hemos conseguido desterrar ese mal de nuestros corazones, de nuestros pensamientos. Pero estaría incurriendo en la mentira.

Distintas formas de violencia

Abro cualquier diario digital y los contenidos apuntan en otra dirección. En esas páginas que leo, la violencia adquiere muchos rostros.

  • Una persona le quita la vida a otra; muchas personas le quitan la vida a otras muchas; una le quita la vida a muchas; muchas le quitan la vida a una. Las permutaciones del horror.
  • La violencia ejercida desde el desapego por lo común. Por ejemplo, con centros comerciales que anuncian ‘fantásticas rebajas’ que en en el actual contexto sanitario resultan peligrosas por las aglomeraciones irracionales que de ellas se derivan.
  • La violencia de los titulares, manchados de oportunismo, amiguismo y política de corrillo.
  • La violencia del olvido. Las invisibles antes del Covid-19 siguen siéndolo después de ella. No hay noticias para aquellas.
  • La violencia publicitaria. Publicidad cosificadora. Publicidad de casinos. Resultados de sorteos millonarios. Noticias de personas enriquecidas gozando del despilfarro como algo positivo. Todo en su conjunto genera en el empobrecido sensaciones de inferioridad.

Desalienta.

¿Qué será de nosotras? Porque en el Génesis Noé le hizo ojitos a Dios y se lo ganó. Le dio instrucciones sobre lo que hacer el día de la “DANA Palestina” (Gn 6, 13-22).

A día de hoy, ¿quién nos metería en su arca? Si el Noé del relato se asomase a la vida cotidiana del mundo quizás diría: “¿Tanto esfuerzo para esto?”. Yo, en su lugar, quizás me lo habría pensado dos veces y habría terminado por desistir. “Mira, Dios, vamos a dejar el asunto este del arca. Que llueva y sea lo que tú quieras”.

Por fortuna, yo no estaba allí. Había un Noé que con su manera de vivir encontró un hueco en el corazón de Dios y que, además, estaba dispuesto a seguir las instrucciones divinas para lo que iba a venir después del diluvio.

Cuántos Noés nos ha regalado la historia (varones y mujeres). Personas cuya existencia ha marcado la diferencia, por silenciosa que esta fuera. Una diferencia que, en mayor o menor medida, ha supuesto hacer del mundo un lugar más acorde con la Historia de la Salvación.

En estos tiempos de pandemia, de diluvio en forma de virus, quiero poder encontrar modelos de conducta en la línea de Noé, capaces de liarse la manta a la cabeza para sobreponerse a la condición adversa aún cuando haya motivos para la desesperación. Ojalá sepa estar atento.

Noé sabía pegar lo que estaba suelto, un poquito como el tiburón Gazpacho.