El trato hacia las personas refleja cómo somos, nuestros valores y educación, es información acerca de nosotros mismos. La forma en que tratamos a los demás expresa humildad, bondad y misericordia o todo lo contrario: prepotencia, altanería y soberbia. Los lugares donde se ostenta cualquier tipo de poder nos permiten descubrir acciones que revelan lo que verdaderamente hay en el corazón de los hombres.
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Ansia de poder, deseo de alcanzar un estatus diferente, escalar en la pirámide social y sobresalir sin importar a quien hay que eliminar o pisar. Es una lucha constante de algunas personas y no descansarán hasta alcanzar sus objetivos. Ganarán el mundo, obtendrán ese reconocimiento y tratarán a sus semejantes como inferiores, quien tiene ese deseo de poder no entiende lo que significa amabilidad, cordialidad ni ayuda sincera.
“¿De qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?”. Mateo 16, 26.
Todo es un intercambio para alcanzar sus aspiraciones, es decepcionante ver a seres humanos llenos de poder por el simple hecho de tenerlo, sin un sentido social, sin un deseo de ayuda, son personas mezquinas que viven de apariencias, desacreditando a los que tienen menos, ignorando su entorno, viviendo de sus sueños.
No deseo generalizar, siempre habrá excepciones, seres humanos que son realmente eso: humanos, con un trato amable hacia sus semejantes, compartiendo, haciendo sinergia con los demás, sumando y multiplicando talentos. Qué apasionante es ver a personas que integran, cuidan y son amables con los demás aunque no les conozcan y sin importar que su función sea diferente o de menor rango.
Valorar a cada persona por su esencia
La forma en que tratamos a las personas expresa quienes somos y eso lo vi con el ejemplo de mis padres, quienes siempre saludaban y le daban la importancia a cada ser humano, de ellos aprendí que la actividad que realizamos es sólo eso, una actividad. Agradezco a ellos sus enseñanzas, reconozco qué, con su ejemplo cultivé la importancia de valorar a cada persona por su esencia y no por lo que realiza o representa.
Hay muchos otros elementos que pueden definir a las personas, ni sus títulos, ni su posición, ni su dinero. Somos seres humanos con una historia, con nuestras propias luchas y valiosos por la dignidad que Dios nos ha dado. ¿Cómo tratas a quienes son diferentes a ti por su raza, nacionalidad o por su posición social?
Tal vez deberíamos dejar de ignorar a quienes no comparten nuestra cultura o religión, desafortunadamente en nuestra iglesia encontramos actitudes y acciones así, entre hermanos nos ignoramos, segregamos y reducimos el valor según nuestros propios criterios. Nada más contradictorio con el mensaje de la Buena Nueva, nada más erróneo.
El mensaje de Jesucristo debería hacernos despertar e integrarnos para caminar hacia un mismo ideal, pero la realidad aunque duela, nos recuerda que entre nosotros sigue habiendo trato de católicos de primera clase, segunda y tercera, sin más, en ocasiones se da un trato inhumano.
“Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás”. Mateo 20, 26-27.