El papa Francisco está preocupado. Sí, le inquietan los confictos en el Oriente Medio y la amenaza rusa de una guerra atómica; el flagelo del abuso infantil clerical, todavía muy presente en la narrativa cotidiana; las críticas a un Sínodo de la Sinodalidad qua ha desilusionado a muchos; el arribo, por segunda ocasión, de Donald Trump a la Casa Blanca, y un prolongado etcétera.
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Pero hay un hecho, muy administrativo y material, que le está quitando el sueño: las pensiones del Vaticano están en peligro a mediando plazo, por lo que se deben tomar medidas urgentes para enfrentar la crisis. Con los recursos económicos disponibles, no se pueden cumplir las obligaciones contraídas para pagar las jubilaciones del personal que trabaja en la Curia.
En una reciente carta, enviada a los Cardenales y a los prefectos y jefes de los todos los dicasterios de la Santa Sede, manifiesta su tribulación por el importante deficit que hay en las finanzas vaticanas. Ya desde el 2020, y con motivo de la pandemia, había un desajuste de cuentas que llegaba a los 80 millones de euros.
El Papa, queriendo garantizar un modelo de seguridad social para quienes laboran en las tareas curiales, con prestaciones dignas pero de acuerdo a los recursos disponibles, insiste en la sensibilidad, generosidad y voluntad de sacrificio por parte de todos los implicados. Como un intento de solución, el pasado mes de octubre le redujo en un 10% el sueldo a los cardenales curiales.
Bien hace Francisco de Roma en procurar la justicia laboral para quienes trabajan en su casa. Muchos de ellos son laicos con familias que sostener. Pero: ¿es necesario que -de acuerdo a fuentes varticanas- los purpurados ganen 5,000 euros al mes, más vivienda?
Ello demuestra que la Iglesia Católica, siempre atrapada en la articulación debida entre carisma e institución, tiene que gastar mucho en esta voluminosa estructura. Por más y que los monseñores romanos se aprieten el cinturón, aunque se reduzcan salarios y costos administrativos, estamos ante un entramado burocrático que necesitaría ser cuestionado.
Sé que es incómodo, pero siempre será necesario regresar a los humildes orígenes de esta estructurada institución, y preguntarnos si no convendría, más bien, dar pasos en esa dirección, apostando por una Iglesia más misionera y menos institucional. A lo largo de los siglos se han creado muchas necesidades. Es momento de preguntarnos con valentía qué tan necesarias son.
Pro-vocación
Bien por el Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que acaba de aprobar las adaptaciones litúrgicas para la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Desde el Concilio Vaticano II, hace ya más de 60 años, se ha insistido en respetar expresiones autóctonas como cantos, danzas, ritos, gestos y símbolos propios de los pueblos originarios, que abundan en la diócesis chiapaneca.