Emilio Calderón: el cura de las apostillas


Compartir

Emilio Calderón oficia en memoria de otro cura, Manuel de Unciti, al que conoció y no olvida, ante una feligresía itinerante y que esta vez ha ido a recordarle a Sevilla, donde dejó doctrina de la suya. No es su “ámbito ni ambiente”, dice este párroco bajo el impresionante Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de los Estudiantes, él, que se ha escapado un rato de las periferias de Sevilla, de la ciudad sin ley que siguen siendo las Tres Mil Viviendas.

En ese barrio degradado él ha impuesto su propia ley, que es la misma que transmite la entrega hasta el final de la talla de Juan de Mesa. “¿Tiene arreglo el barrio, Emilio?”, le preguntó en su día Manuel Chaves. “El barrio sí que tiene arreglo. Los que no tenéis arreglo sois vosotros”, le espetó al mismísimo presidente de la Junta de Andalucía.

Y como sigue sin haber voluntad para arreglarlo, esa barriada marginal continúa dejada de la mano de Dios y de hombres como Emilio, aunque a veces el cansancio asoma por las palabras de quien fue ordenado por un joven auxiliar llamado Antonio Montero, y a pesar de que le han llovido los reconocimientos por su compromiso con todo bicho viviente.

También con los que sufren prisión, a los que conforta desde su capellanía. “La mitad de los presos son enfermos y no tendrían que estar allí, sino en un hospital”. Hay desazón en su denuncia, que habrá repetido hasta el hastío ante un respetable con más poder que el que ahora le escucha con el pulso acelerado.

 

 

emilio-calderon-cura-parroquia-san-pio-x-las-tres-mil-viviendasNos deja darnos la paz, pero no nos deja en paz. “La paz es cuestión de pan. Si no hay de este, no habrá de aquella”, apostilla. Y son estas apostillas las que sacuden el mismo ritual con el que en otros tantos sitios, a esa misma hora, se cumple. Sin más. Al final, contritos, le agradecemos la desfibrilación.

 

Lea más: