Si algo parece haberse desgastado en la discusión pública es la defensa de la vida, pretendiéndola reducir a posiciones ideológicas, pero la vida humana, sin más apellidos no es ideología, ni siquiera una idea sino condición concreta en la dignidad de toda persona.
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La vida — por ejemplo—, del no nacido, que no deja de ser ser humano, ni deja de pertenecer a la especie, siendo muchas veces el eslabón más débil y vulnerable en el vientre, pues no puede defenderse.
La vida de los niños explotados por el trabajo, o por la atrocidad de la guerra, o la pérdida de la inocencia por ese desenfreno sexualizado en el que todo está permitido, incluso los abusos por parte de los adultos.
La vida de los jóvenes, a los que se les castra el futuro, por la delincuencia, la violencia, la criminalidad, la ausencia de verdaderas condiciones de estudio y trabajo, y no dádivas de gobiernos que solo parecen querer mendigos.
Toda vida importa, toda vida vale
La vida de la persona adulta, que deja hijos huérfanos, que divide familias, que enluta a descendientes y ascendientes, cuando se desprecia el valor del trabajo, del deber cumplido, de la honestidad.
La vida de la mujer, por ser mujer, por apostar por la familia, por sus hijos, por su insistente vocación a la igualdad en la complementariedad social, más cuando los derechos humanos no se contraponen ni se contradicen entre sí. ¡Matar nunca será un derecho!
La vida de los abuelos, los descartados, los discapacitados, los que tienen alguna condición particular que los hace ‘menos’ en esa lógica perversa de ver a todos como clase obrera productiva, como si el ser humano pudiese ser reducido a cuánto gana, cuánto produce, cuánto tiene en el bolsillo.
La vida de los migrantes que se exponen a un sin fin de riesgos, por un futuro, y el futuro de sus hijos, no únicamente el propio.
Llamados a la defensa de la vida
La vida, como vocación permanente de todo hombre y mujer de bien en hacer el bien, y más en la feliz coincidencia del vigésimo aniversario del tránsito al cielo del grande san Juan Pablo II, y el trigésimo aniversario de publicación de su valiente encíclica Evangelium Vitae (1995).
Por eso retomar el valiente grito del papa Wojtyla “¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana! ¡Sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad!” (EV, n. 7)
La vida, eso que nos jugamos cuando apostamos por la vida de los demás, por las condiciones de desarrollo y crecimiento humano, que vemos pisoteada por tantos, en campos del horror, en políticas populistas clientelares, en el discurso aplastante de magnates poderosos que creen ser dueño de la vida de los demás.
La vida, la vida, la vida, siempre será necesario luchar por la vida, en aquel que es vida, que ofrece vida en abundancia, vida que no se acaba, vida nueva.
Por Rixio G Portillo R. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.
Foto: PixaBay