Juan del Río, arzobispo Castrense de España
Arzobispo Castrense de España

En defensa de los ancianos


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Cuando se ha cumplido el decimoquinto aniversario de la muerte de san Juan Pablo II, su Carta sobre los Ancianos (Roma, 1999) es de máxima actualidad ante las voces de los representantes de la ética utilitarista de dejar a su suerte a los ancianos infectados por el virus del COVID-19. Ante ese descarte, traemos el reciente documento de la Pontificia Academia para la Vida, Pandemia y Fraternidad Universal (Roma 30-3-2020), que recoge el pensamiento de 163 académicos y científicos procedentes de los cinco continentes que forman dicha Institución. En dicho escrito se afirma con toda claridad:



“Las condiciones de emergencia en las que se encuentran muchos países pueden llegar a obligar a los médicos a tomar decisiones dramáticas y lacerantes para racionar los recursos limitados, que no están disponibles para todos al mismo tiempo (…) La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que si fuera así, se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y los más frágiles (…) el racionamiento debe ser la última opción”.

Culto a la juventud

La mentalidad hedonista y materialista del culto a lo joven y desecho de lo viejo, piensa que los ancianos son una gran carga para el Estado, ya que supone grandes gastos sanitarios, pensiones, residencias etc. Todo ello es una servidumbre que se debe aligerar para salvar la entronizada “sociedad del bienestar”, olvidando todo lo que ellos contribuyeron a conquistar a esos niveles de vida. Pero si algo ha puesto en evidencia esta pandemia del coronavirus, es precisamente el modelo de desarrollo económico y la desestabilización existencial que esta causando.

A lo largo de la historia ha habido muchas guerras y hecatombes, viviéndose situaciones límite de escasez de medios de todo tipo. Sin embargo, la creatividad de los profesionales de la salud y de otros colectivos implicados han salvado muchas vidas: “Porque en cualquier caso, nunca debemos abandonar al enfermo, incluso cuando no hay más tratamientos disponibles: los cuidados paliativos, el tratamiento del dolor y el acompañamiento son una necesidad que nunca hay que descuidar” (PFU).

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La mayoría de la ciudadanía reconoce que una sociedad no puede subsistir sin la referencia a las personas mayores. Porque ellas son iguales, en dignidad y derechos, a cualquiera de nosotros, son testigos de una época y depositarios de la memoria colectiva. Representan un tesoro especialísimo, porque enseñan a las nuevas generaciones la “sabiduría de la vida”. Personifican la garantía del afecto y de la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. En África se dice que, cuando muere un anciano, “ha desaparecido una biblioteca”.

Colectivo muy vulnerable

Es verdad que los abuelos, en esta espantosa epidemia, son personas altamente vulnerables, pero el sentido de protección de los estamentos gubernamentales a todos los niveles es grande, aunque haya sus deficiencias. La mayoría de las familias hace todo lo que puede y está a su alcance. La Iglesia católica, con sus fieles, sacerdotes, religiosos y religiosas permanecen en la brecha de la atención a la tercera edad y en las capellanías de los hospitales. Ahí están las instituciones samaritanas, como Cáritas, con su programa para personas mayores, intensificado en estos tiempos calamitosos. También hay otros muchos colectivos solidarios que se las ingenian para arrimar el hombro en las residencias de ancianos, o bien para que no les falten los alimentos y la ayuda a los que se encuentran confinados en sus viviendas.

No podemos olvidar la sacrificada y comprometida labor que están llevando, en este sector de la población, nuestras Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad del Estado español. Y todo esto se hace porque estamos convencidos de aquello que nos dice el papa Francisco: “El anciano no es un extraterrestre. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente, aunque no pensemos en ello. Y, si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros” (Roma 4-3-2015).