Amanecimos con la devastadora noticia que dos terremotos de 7.8 y 7.5 respectivamente afectaron a Siria y Turquía, las vidas perdidas suman ya más de 3500. Cuando una emergencia de este nivel ocurre, sabemos que la búsqueda de sobrevivientes es prioridad pero en los días subsecuentes sabremos más certeramente de otro tipo de pérdidas como los medios de vida, la infraestructura urbana, centros de culto y en sí los hogares de miles de familias.
- PODCAST: La convivencia apaga el fanatismo
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Ante el amargo momento que atraviesa Turquía y Siria, la comunidad internacional ha respondido con ayuda técnica inmediata y la activación de los diversos mecanismos de financiamiento disponibles para ayudar a estabilizar la situación y atender las consecuencias de largo plazo. Se tiene conciencia que estos sismos pueden detonar una crisis mayor y más compleja, esto implica una situación en la que múltiples desafíos se traslapan uno encima del otro. Por ejemplo, cuando un desastre natural o una emergencia de salud pública se superpone a los conflictos, la guerra civil o la lucha política. En Siria, este sismo afecta a miles de refugiados por el conflicto que vivían ya una crisis humanitaria y en condiciones de alta vulnerabilidad. Cada vez, las crisis parecen prolongarse, evolucionar y activarse a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional por encontrar soluciones de largo plazo.
El sentido de humanidad llama a la acción
Al shock colectivo, en el corazón de toda emergencia surge la solidaridad, proviene de las mismas comunidades que se han organizado para buscar y rescatar a sus heridos, rezar por sus muertos y recuperar las pocas pertenencias que se pueden tener en regiones devastadas no solamente por la emergencia actual sino por un conflicto para el caso de Siria. Las personas ponen en común sus recursos, su tiempo, sus conocimientos para superar la tragedia. Este es un gran activo en todas las comunidades, de ahí la importancia que desde la pastoral puedan trabajarse estas redes solidarias que detonan la cohesiòn y el sentido de solidaridad.
En países como México, hemos visto la fuerza solidaria de las comunidades eclesiales que respondieron a los sismos del 2017 y a posteriores desastres en Tabasco y en Nayarit en donde operan equipos de respuesta a emergencia que cultivan la cultura de la prevención y el voluntariado. Ya el Covid-19 ha sido una prueba superada para muchas comunidades solidarias que acogieron bajo la estructura pastoral de la Iglesia pequeños y grandes despliegues de humanidad.
Las esperanza para las personas y comunidades afectadas por un desastre surge en el corazón de la emergencia, cuando el sentido de humanidad llama a la acción, cuando aprendemos a ver con una mirada de fe la convicción que un renacer es posible, cuando el dolor de los otros hace que se active nuestra autogestión y resiliencia.