Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

En los nuevos curas, ¿la sinodalidad viene de serie?


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La ordenación

Hace unas semanas pude participar en una ordenación de nuevos diáconos y sacerdotes. El ambiente era agradable, el coro estaba preparado, los familiares nerviosos… la celebración fue sencilla dentro la propia dinámica que esta tiene y la homilía del obispo bastante correcta, centrada en lo que podrían ser algunas claves de la espiritualidad del presbítero. Unas palabras, las del prelado, centradas en la llamada, la vivencia de la propio fidelidad y una lectura personal de la propia invitación a la ordenación.



Con una única mención al pueblo de Dios durante la predicación, pensaba que realmente la sinodalidad –que surge el Vaticano II– no tiene gran papel en el ritual de ordenación de presbíteros. Era fácil de rastrear porque podríamos decir que la única expresión relativamente explícita de la sinodalidad la hayamos poco antes de comenzar la homilía cuando en la presentación de los candidatos, el “presbítero designado” para este momento responde a la pregunta del obispo “¿sabes si son dignos?” con la siguiente fórmula: “Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos”.

Es curioso que esta única mención se base en una consulta un poco ‘sui generis’ ya que no está establecida y me cuesta creer que los seminarios o estudiantados de las congregaciones tengan un procedimiento sistemático para recabar esta opinión del “pueblo cristiano”. Y eso que en los procesos formativos ya se han dejado atrás determinadas actitudes aislacionistas de los candidatos que se formaban alejados no solo del pueblo sino de la propia misión. El resto de la celebración –no entramos ahora en la oración de consagración–, trata de subrayar el papel del sacerdote en la liturgia y la asamblea apenas se ve concernida en algunos momentos de silencio orante –necesario, pero puede que insuficiente–.

La responsabilidad

Puede parecer que esta reflexión está basada solo en que la sinodalidad, al menos hasta que pase octubre y después salga la exhortación apostólica está de moda. Nada más lejos de la realidad. En el informe de síntesis de la primera fase, “Una Iglesia sinodal en misión”, se constatan realidades que son anteriores a este acontecimiento cuando señala que “un obstáculo al ministerio y a la misión proviene del clericalismo” basado en una compresión de la vocación específica “más como un privilegio que como un servicio”. Una actitud que se resta con un compromiso “con un estilo de corresponsabilidad” que surge de la propia experiencia comunitaria en la que surge la vocación del nuevo presbítero o diácono. Por ello se propone afrontar la formación de los candidatos para lo que “es preciso evitar los riesgos de formalismo y de ideología que conducen a actitudes autoritarias e impiden un verdadero crecimiento vocacional. Repensar los estilos y recorridos formativos requiere una gran tarea de revisión y de diálogo”.

De hecho, una de las propuestas del sínodo, es que “se requiere una profunda revisión de la formación al ministerio ordenado a la luz de la perspectiva de la Iglesia sinodal misionera. Esto implica la revisión de la ‘Ratio fundamentalis’ en la que está determinado su perfil. Así también, recomendamos cuidar la formación permanente de los presbíteros y diáconos en sentido sinodal”. Pero, como decía, esto no es nuevo.

Sin querer ser ejemplo de nada, cuando hace años me preparaba para mi ordenación sacerdotal leí en los meses previos un libro de la teóloga norteamericana Susan K. Wood. Era el libro ‘El sacramento del orden. Una visión teológica desde la liturgia’ (CPL, 2008). En el capítulo dedicado al presbiterado recuerdo que se hacía una mención a este compromiso del nuevo pastor de no trasladar su ministerio de presidencia de la celebración litúrgica al gobierno absolutista de la comunidad. Es más proponía que algo por el estilo fuera añadido como compromiso en el momento en que las nuevos presbíteros muestran su voluntad de vivir su ministerio de esta manera junto a la preparación de la predicación, el desarrollo de la liturgia o la vivencia de la misericordia de Dios. Puede que sea una propuestas que el sínodo debe retomar para que no solo se confíe en que la sinodalidad viene de serie o es una contenido entre otros de la formación, sino que ciertamente es un compromiso público del nuevo pastor que también en esto tiene los ojos fijos en Jesús.