En Colombia seguimos en #ModoPapa. La visita de Francisco nos sacudió a católicos y no católicos, y continuamos recordando con emoción sus gestos y sus palabras, los medios no han interrumpido el seguimiento y se anuncia que está en marcha un proyecto pastoral para convertir el entusiasmo en acciones.
También Francisco siguió esta semana en #ModoColombia según lo expresó en la Audiencia General del miércoles: “El lema del viaje era ‘Demos el primer paso’, y miraba al proceso de reconciliación que vive hoy Colombia para poder salir de 50 años de conflicto interno. Con mi visita quise bendecir el esfuerzo de ese pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia”. Y evocó “el conmovedor testimonio de los mártires” –como llamó a las víctimas– y el “cuerpo mutilado del Cristo de Bojayá” que recuerda “que la paz se funda, ante todo, sobre la sangre de testigos del amor, de la verdad, de la justicia y de la fe”.
También evocó “insignes ejemplos de vocación y de seguimiento de Jesús, que hoy como ayer se entregan a los más pobres y se consagran a la promoción humana integral”. Además agradeció “especialmente al pueblo colombiano por su acogida, su alegría y su afecto”.
Gracias, papa Francisco, por recordarnos el evangelio, por sintonizar con nuestra realidad, por movilizar el sentimiento de esperanza, por contagiarnos su alegría que es la “alegría del evangelio” y por “zarandear” nuestras conciencias adormecidas, nuestra insensibilidad, nuestras actitudes cómodas. Por invitarnos a dar el segundo paso en el camino de la paz.
Y gracias por los pasos que está dando en el camino del reconocimiento al hacer de las mujeres que se sintieron en varias de sus intervenciones en nuestro país y que, por obvias razones, saltaron a la vista desde la mirada de mujer de este blog.
Al repasar la diversidad de la población colombiana en el encuentro con las autoridades y representantes de la sociedad civil en la Plaza de Armas de la Casa de Nariño en Bogotá, Francisco se refirió a las mujeres: “También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser ‘madre’ en las múltiples tareas”. Una mirada tradicional a la mujer en su rol maternal. Oí críticas a este planteamiento.
Más tarde, en su encuentro con los obispos del Celam, el Papa volvió a hablar del rol de la mujer como madre:“No es necesario que me alargue para hablar del rol de la mujer en nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación. Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien”.
Pero enseguida precisó que “sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente” y que son ellas “quienes, con meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe”. Entonces lanzó su primera invitación clara y contundente: “Es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. […] Si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la vamos a obtener sin las mujeres”, recordando a las primeras mujeres creyentes que “acompañaron a Jesús misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con el anuncio de su presencia resucitada”.
Y a renglón seguido se despachó con una tremenda crítica al mundo eclesiástico que venía envuelta en un ruego: “Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, incluso en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado”.
Nuevamente en la homilía de la misa que celebró en el parque de Las Malocas en Villavicencio, tras la lectura de la genealogía de Jesús del evangelio de Mateo invitó a acabar con el machismo y las inequidades propias de una sociedad patriarcal: “La mención de las mujeres —ninguna de las aludidas en la genealogía tiene la jerarquía de las grandes mujeres del Antiguo Testamento— nos permite un acercamiento especial: son ellas, en la genealogía, las que anuncian que por las venas de Jesús corre sangre pagana, las que recuerdan historias de postergación y sometimiento. En comunidades donde todavía arrastramos estilos patriarcales y machistas es bueno anunciar que el evangelio comienza subrayando mujeres que marcaron tendencia e hicieron historia”.
al recordar la actitud de José cuando se enteró en un sueño que María esperaba un hijo, lanzó una nueva crítica a la situación de las mujeres“en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente”.
Una vez más, en Medellín, cuando se reunió con el clero y sus familias alabó a las mujeres consagradas: “¡cuánto nos enseñan de entrega silenciosa, abnegada, sin mayor interés que expresar el rostro maternal de Dios!”.
También anoté en los discursos, homilías y demás intervenciones del papa Francisco el lenguaje incluyente que visibiliza a las mujeres: “hermanos y hermanas”, consagrados y consagradas”, incluso al referirse a “cada hijo e hija de este país”.
Bueno, son pasos esperanzadores en el reconocimiento del papel de las mujeres en la vida de la Iglesia. Esperanzadores porque Francisco ha dado muestras de apertura y está deseoso de entender sus reclamos y la importancia de su participación más allá de su tradicional condición de “siervas de nuestro recalcitrante clericalismo”. Amén.