En Panamá se quemaron los papeles


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“Quienes tienen mucho que ocultar están asustados, una buena noticia para quienes trabajan honestamente”

El escándalo de los Panama Papers ha puesto en evidencia un secreto a voces: mientras el común de los mortales trabaja de sol a sol y paga religiosamente sus impuestos, otros recurren a sofisticadas formas que les permiten evitar pagar los impuestos que deberían utilizarse para una mayor justicia social. No les roban a los estados, les roban a los pobres, en muchas ocasiones a personas que mueren de hambre en países sin esperanza o que pierden su vida en el agua que les prometía el paraíso europeo, pero que era en realidad un océano de indiferencia.

Por esos mismos secretos pasadizos se deslizan los traficantes de la muerte. Armas, drogas, tráfico de órganos, trata de personas y una larga lista de actividades escalofriantes, circulan impunes e inalcanzables. Mientras tanto, en cárceles inhumanas se acumulan ladrones de poca monta, niños desnudos de todos los derechos mendigan a la intemperie, hombres y mujeres trabajan para llevar a sus casas el pan que nunca es suficiente.

Una noticia extraordinaria para quienes luchan por un mundo más justo

La difusión de millones de documentos que ponen al descubierto nombres y rostros de los habitantes de esos “siniestros paraísos”, es una noticia de extraordinaria importancia para quienes luchan por un mundo más justo y más humano. Ya se sabía que los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, lo que aún no se había podido poner al descubierto eran los mecanismos concretos con los que se ejecuta esa estafa planetaria que siembra hambre, dolor y muerte. Van quedando a la vista los instrumentos y las personas que permiten que avance sin piedad la injusticia, como un gas letal e invisible, como un ángel exterminador y silencioso.

¿Por qué ha sido posible la aparición de toda esta información? La pregunta no es quién fue el que la hizo pública y cuáles fueron sus intereses. Lo verdaderamente interesante es preguntarse qué es lo que hizo que alguien tuviera la posibilidad de dar semejante paso. La respuesta es clara y simple: la revolución de las comunicaciones, que han desatado las actuales tecnologías, son la condición necesaria sin la cual no podríamos estar asistiendo a este fenómeno sorprendente.

Hace unos años, quien hubiera decidido hacer pública esa información, debería haber utilizado varios camiones para trasladar hasta la redacción de algún periódico esos millones de documentos. Antes, debería haberlos tenido que recolectar por diversos países para luego leerlos y ordenarlos en incontables carpetas. Hoy es suficiente un disco duro de unos pocos terabytes y un par de clics. Listo. Toda la información ya está disponible y comienza a circular.

Quienes aún desconfían de las bondades de estas tecnologías de la comunicación que están a nuestro alcance, deberán permanecer en silencio. La capacidad de almacenar y difundir información con la que ahora se cuenta, es una herramienta extraordinaria para la construcción de un orden nacional e internacional más justo y equitativo. Quienes tienen mucho que ocultar están asustados, eso es una muy buena noticia para quienes viven a la luz del día y trabajando honestamente.

“No hay nada oculto que no deba ser revelado”

Hace más de dos mil años, Jesús de Nazaret decía a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que dijisteis en la oscuridad será escuchado a plena luz del día, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones más ocultas será proclamado desde lo alto de las casas” (Lc 12, 3). La levadura eleva la masa, la hincha, la infla. La hipocresía es lo que hace presumido al fariseo. Pero la actitud del hipócrita es también su punto débil, está ocultando su mentira, la mentira que él es, no solamente las mentiras que dice.

La respuesta de Jesús a los hipócritas fue recordarles que “no hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido”. San Pablo dirá después “la verdad los hará libres”. Vivimos un tiempo fascinante en el que los verdaderos rostros van quedando a la vista mientras caen caretas, máscaras y antifaces.

En el nº 2.985 de Vida Nueva

 

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