La salida
Un espectáculo con cuenta atrás en la medianoche, el cronómetro y las campanadas del Big Ben sobre la fachada del número 10 de Dowing Street fue la imagen de que el Brexit se había consumado. El proceso de abandono de la Unión Europea por parte del Reino Unido fue más tangible que nunca a partir del referéndum del 23 de junio de 2016. Entonces el 51,6% de los participantes en la consulta reclamó iniciar el procedimiento para la salida de la Unión en un plazo de 2 años. Después de 3 prórrogas finalmente la salida se ha producido este 31 de enero de 2020.
La cuestión no es nueva en las tierras de Isabel II, que ya celebró un referéndum con un resultado en otro sentido en 1975. Pasados los años se ve que el populismo y los euroescépticos han cambiado el sentir de la opinión pública. Aunque, bien es cierto, que la relación entre la Unión Europea y el Reino Unido siempre ha tenido el recelo como trasfondo.
Ahora, más allá de los cadáveres políticos que se ha dejado por el camino el Brexit, parecen haber brotado ya –como primeras consecuencias– brotes xenófobos contra la nutrida población migrante que vive que vive en las islas. También se ha quebrado la unidad nacional, especialmente para las poblaciones de Escocia e Irlanda del Norte que, tras mitigar su posible independencia para evitar el aislacionismo europeo; ahora se encuentran con esta salida en bloque. El impacto económico parece estar controlado hasta diciembre, pero la incertidumbre no podría ser mayor… más allá de las celebraciones de la noche de la salida.
La iglesia
Desde los tiempos de Enrique VIII, la confesión anglicana fue una nueva grieta en la cristiandad medieval que comenzaba a estar quebrada y envejecida. La evolución de la Iglesia alterna tradiciones y costumbres que lo mismo se acercan mucho al protestantismo como se mimetizan con ritos católicos. Por ello, en el plano religioso, aunque haya signos de diálogo y entendimiento con las demás conexiones, el Brexit se produjo irreparablemente en 1534.
La historia religiosa cristiana previa, la de los monasterios o san Agustín de Canterbury, apenas ocupa una sala en el último piso del Museo Británico con algunos elementos de la romanización de Britania. Habrían de pasar muchos años hasta 1993 y la aprobación de las mujeres sacerdotes, la consagración de la primera obispa en 2015.
Ahora bien, en lugar de centrarse en el territorio, la Iglesia anglicana se ha tratado de extender por todo el mundo, tal vez siguiendo a la rosa de los vientos que el emblema de la comunión. Unida en ocasiones a iglesias luteranas o reformadas, los lazos de hermanad en torno al arzobispo de Canterbury.
En este proceso, el primado de la iglesia anglicana, Justin Welby, es de los que confesó haber votado en contra de la salida en el referéndum y lo consideró “no solo un fracaso político y práctico, sino también poco moral”. Durante el proceso posterior, ha propuesto soluciones intermedias y dialogadas antes que se produjera la desconexión total para valorar serenamente la situación. Estas intervenciones le han provocado al arzobispo que los más partidarios del Brexit le hayan pedido que se dedique a las funciones de Iglesia.
La división
Este fin de semana se ha pronunciado ante el hecho la Comisión de las Conferencias de Obispos de la Comunidad Euripea (Comece). En un comunicado de una página, señalan que, como obispos, “nos entristece, pero como defensora de la libertad de expresión y la democracia, la Iglesia Católica en Europa respeta la voluntad expresada por los ciudadanos británicos durante el referéndum de 2016”. Pensando en las “personas, familias y comunidades a ambos lados del Canal de la Mancha” que viven este momento con preocupación consideran un avance el acuerdo como “una victoria del sentido común y de las relaciones de buena vecindad”; ya que de no haberse producido los más vulnerables serían los más perjudicados.
Como región europea, aunque fuera de la Unión, “todos estamos destinados a vivir y trabajar juntos en el pleno respeto de las opciones y diversidades de todos los demás”, señalan. “Por lo tanto, es crucial mantener buenas relaciones entre nosotros”, añaden. El deseo de los obispos europeos es que el “Brexit no consiga romper las relaciones fraternas entre hermanos y hermanas de ambas orillas del mar”.
“Puede ser un proceso largo y desafiante, pero también puede ser una oportunidad para desencadenar nuevas dinámicas entre los pueblos europeos y reconstruir el sentido de comunidad en Europa”, concluyen. ¿Puede predicarse la comunión desde la división? ¿Hay que aprender a ser buenos vecinos? ¿Hay voluntad? En cualquier caso, los cristianos cuentan con una nueva oportunidad de ser signos de encuentro por encima de las fronteras humanas.