Un amigo, párroco estricto con fama de autoritario, se quejaba de su obispo porque no ponía en orden a los padres que se portaban mal. “Si llego a ser sucesor de los apóstoles -me confiaba- ya verán ese tipo de curitas: los meteré en cintura cuanto antes”.
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Llegó al episcopado y ya ha estado a cargo de dos diócesis. Va por la tercera. Sus presbiterios: ¿se han distinguido por la obediencia a los designios de su pastor, por seguir sin chistar las indicaciones que él les da, por acatar con comedimiento sus deseos y pensamientos, tanto pastorales como administrativos, morales y organizativos?
Para nada. Muchos clérigos de todo el mundo son notables por su anarquismo, y tienden a considerar su -SU- parroquia como un feudo del que ellos son los dueños. A regañadientes se suman a algún proyecto diocesano, siempre y cuando no les represente más trabajo del cotidiano, y se sienten con pleno derecho para tomar todas las decisiones sin la mínima consulta.
Así, es frecuente escucharlos decir: “en mi -MI- parroquia no se aceptan carismáticos ni comunidades eclesiales de base”, decreto pastoral excluyente, “y tampoco homosexuales, ni divorciados vueltos a casar”, discriminación moral.
Tal actitud no es privativa del clericalismo que tanto daño ha hecho a nuestra Iglesia: muchos laicos la comparten. Señalan con dedos flamígeros a estos “pecadores”, y su obediencia a Bergoglio depende más de coincidir con sus postulados que de la autoridad papal.
Pero Francisco de Roma acaba de decir, en la reciente Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) lusitana, dirigiéndose a los participantes: “me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría”. Tal frase era de esperarse, en medio de una atmósfera repleta de chavos y chavas muy capaces de “hacer lío”, como lo ha solicitado en otras ocasiones. Y ahí mismo ha rematado: “En la Iglesia hay espacio para todos…”, y ha pedido que repitan los asistentes: “todos, todos, todos”.
Nos enteramos, sin embargo, que en el citado evento unos jóvenes pertenecientes a la comunidad LGBTIQ+ fueron insultados y agredidos físicamente por otros, que portaban rosarios -y piedras- en sus manos. Obviamente, los asaltantes o no escucharon las palabras del papa Francisco o no les hicieron caso, por no estar de acuerdo con ellas.
En suma. Expresiones muy bonitas las de Francisco, pero sin resultados prácticos. Tales minorías siguen marginadas de los sacramentos, aspirando a vivir en gracia, y encontrando sólo negativas para lograrlo. No permitimos que quepan.
Pro-vocación
Y a su regreso a Nicaragua después de participar en la JMJ, dos sacerdotes de aquel país fueron detenidos en la frontera, y se les impidió el ingreso. Salvo alguna declaración aislada de las autoridades vaticanas, y privilegiando la tesis de que si se denuncia la persecución contra la iglesia nicaragüense es contraproducente, la diplomacia se ha impuesto en esta terrible agresión a obispos, curas, consagradas y laicos nicas. ¿No será ya el momento de intentar caminos más proféticos y menos maquiavélicos?