Veo tu belleza sublime y perfecta que reverdece, te admiro en los ríos incontenibles que corren y llevan vida en la creación presente en esta Amazonía.
En septiembre de 2018, faltando casi un año para el Sínodo, en el momento de mayor plenitud de los procesos de preparación, y comenzando los que serían más de 350 momentos de escucha al Pueblo de Dios en el territorio Amazónico, aparecían preguntas profundas sobre la posibilidad o no de que este proceso diera los frutos esperados: ¿Seríamos capaces de acompañar este momento de reforma eclesial y de afirmar una opción por la territorialidad Amazónica desde la genuina escucha de las voces en este lugar?
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En primer lugar, nos sentimos llamados a acompañar la conversión y hacerla vida duradera más allá del momento coyuntural –que es pasajero–. Esa transformación se definía en el poder franquear las fuerzas en pugna, de los dos polos, en la Amazonía. Bien sea para las dimensiones política, económica y cultural, como también para la religiosa. Vivimos una verdadera lucha de epistemologías en confrontación. En la Iglesia se trataba entonces, igual que hoy, de asumir una opción vital e ineludible por el acompañamiento y defensa de la vida concreta de los pueblos, y de su existencia en relación intrínseca con este territorio, y en ello, optar por el Cristo encarnado en clave intercultural.
En este tiempo hemos vivido una durísima disputa que hace eco de las llamadas del Espíritu postergadas, o en proceso de construcción paulatina, desde hace casi 60 años, donde la Ruah nos ha impulsado, a la luz del Concilio Vaticano II, a mantener fidelidad absoluta con la fuente primaria que es la Encarnación de Dios en la vida concreta presente en este territorio, llamado “lugar teológico” en el camino hacia el Sínodo. Estar del lado del proyecto de redención de Jesús es estar con las diversas comunidades amazónicas, defender sus identidades, cosmovisiones, sus culturas, sus territorios, es decir, su existencia y su futuro. Y luego, buscar con discernimiento y valentía los nuevos caminos para compartir ‘inter-culturalmente’ la fuerza de la fe y la riqueza de unos y otros sin imposición, en verdadera fraternidad al modo de encuentro, caminar juntos y de comunión, al estilo del mismo Jesús.
La libertad interior, elemento esencial en la herencia espiritual de San Ignacio de Loyola en la que he caminado como laico al servicio de esta Iglesia, es en realidad el más bello regalo (a veces de difícil alcance) que Dios me ha presentado para seguir adelante en este proceso sinodal Amazónico. En esa profunda libertad he podido vivir en apertura, cercanía y con la absoluta confianza de que el Señor va por delante, los diálogos con los diversos tejidos institucionales jerárquicos, y debo decir que he experimentado, en general, respeto y disponibilidad de escucha. Todo ello me ha llevado a crecer y avanzar en genuina comunión con la Iglesia, fiel al discernimiento personal y comunitario, y a la escucha del pueblo, convencido de que son las voces del territorio las que darán las pautas para esta liberación integral.
En esto me he sentido feliz de saber que estoy absolutamente de paso, y eso permite que los servicios sean en función de un llamado mayor, ya que no hay la presión por la aspiración de títulos o cargos oficiales como sucede para algunos ministerios en nuestra Iglesia, sino que lo de fondo sigue siendo la lucha diaria por la fidelidad al Espíritu.
Mi paso por la REPAM, el proceso sinodal amazónico, la Asamblea Eclesial y el Sínodo sobre sinodalidad hasta este punto, han sido lo más complejo que jamás viví, pero al mismo tiempo han sido un regalo de Dios, ya que han sido un proceso progresivo de ir descubriendo los llamados a participar en servicios asociados a buscar un bien mayor en nuestra Iglesia.
Todas las capacidades, limitaciones, fuerzas y opciones se han puesto en juego, y al final, Dios se sigue revelando como el horizonte mayor de esta opción de periferia en el corazón de la Iglesia. Sentimos que se abren caminos, poco a poco, a pesar de todas las resistencias a los cambios impostergables del Concilio Vaticano II, los cuales se expresan en reformas impulsadas valientemente por el Papa Francisco, quien necesita de nuestro acompañamiento desde nuestras pequeñas opciones cotidianas en la Iglesia.
En efecto, son las voces del territorio, sus gritos y esperanzas, las que me purifican y me llevan a asumir mis propias cenizas, y las que encienden nuevamente el fuego de la fe, junto con tantas mujeres y hombres con quienes fuimos configurando este frágil proceso.
Los tres cambios significativos del Sínodo amazónico
El Sínodo de la Amazonía, en mi opinión, ha producido tres cambios significativos en nuestra forma de proceder eclesial. En primer lugar, vimos cómo las periferias, consideradas durante tanto tiempo como irrelevantes o secundarias, se trasladaron al centro de la atención de la Iglesia. Esta es una invitación a estar abiertos al Espíritu Santo que sopla como quiere y donde quiere, llegando desde los lugares más inesperados, más allá de nuestras propias limitaciones, estructuras existentes y lugares seguros. Tal como sucedió en el itinerario del propio Jesús, los márgenes se tornan en el lugar más significativo de encuentro, y el sitio donde ocurren los más profundos llamados de Dios a la conversión.
En segundo lugar, asistimos al surgimiento de un nuevo paradigma eclesiológico, el de un enfoque territorial encarnatorio. Con este nuevo enfoque alrededor de regiones específicas (ecosistemas), las estructuras tradicionales de la Iglesia se amplían, y son confrontadas como resultado de la necesidad de responder a los clamores concretos de la gente en un espacio definido más allá de lo conocido.
La complejidad de las culturas de la región amazónica exige un enfoque multi e interdimensional que produzca un diálogo entre las perspectivas pastoral, teológica, social, ecológica, económica, cultural y política. La región de la cuenca del Amazonas, y todas sus zonas de influencia regional, es compleja y profundamente vulnerable. Su continuidad como espacio de vida es de la mayor importancia para todo el planeta, de hecho, debe ser considerada como unidad orgánica, un bioma. Incluso en ‘Querida Amazonía’, el Papa Francisco llama a la Amazonía un “misterio sagrado” (Nº 5) y “un lugar teológico” (Nº 57).
En tercer lugar, muchos de nosotros reconocimos una necesidad urgente de tejer una Iglesia más abierta a la diversidad, cumpliendo así una parte central de su identidad genuinamente católica, y ser cada vez más universal. La Iglesia necesita abrazar genuinamente a otras culturas con sus propias historias, espiritualidades y trayectorias, reconociendo la parte de la revelación de Dios que habita en ellas, como presencia de las semillas del Verbo encarnado en su interior.
El sínodo Amazónico pide un enfoque verdaderamente intercultural en el que la presencia luminosa e irreductible del misterio de Dios en todo lo creado no se elimine, reduzca, someta o colonice. Más bien, la Iglesia debe ayudar a las culturas de esta región, y en todo espacio de diversidad cultural del mundo, para que florezcan, reconociendo en esa riqueza huellas del misterio de la revelación. Al respecto, el Papa Francisco añade: “No nos apresuremos en calificar de superstición o de paganismo algunas expresiones religiosas que surgen espontáneamente de la vida de los pueblos. Más bien hay que saber reconocer el trigo que crece entre la cizaña, porque en la piedad popular puede percibirse el modo en que la fe recibida se encarnó en una cultura y se sigue transmitiendo (QA Nº 78)”.
Escuchar a la periferia
He tenido el privilegio de ser partícipe de la misión y presencia directa de la Iglesia en la región amazónica por una década, y en sus diversas dimensiones. Durante ese proceso llegué a comprender que el elemento más importante del Sínodo amazónico, aunque no estaba tan explícito, era la tensión creativa y potencialmente vivificante entre las enseñanzas de la Iglesia Católica (doctrina) -centro- y el sensus fidei (sentir en la fe) del pueblo fiel de Dios en el territorio -periferia-.
Ninguno de los dos debe someter al otro, porque ambos expresan la riqueza de nuestra fe. El depósito de la fe. Por ello, es importante descubrir el potencial creativo y transformador que puede surgir de esta tensión, el cual dará vida si somos capaces de hacer un honesto discernimiento a la luz de los llamados de Dios que siempre abren nuevos caminos. En los trabajos del Sínodo amazónico, muchos experimentamos la sensación de cierto rechazo o sospecha de parte de quienes tradicionalmente estaban en el centro de la Iglesia, con respecto de la experiencia del Espíritu del Pueblo de Dios, de su “sentido de fe”, proveniente de las periferias y de los inéditos diálogos y procesos de escucha que definieron en gran medida los temas del Sínodo.
También experimentamos el deseo de algunos de subordinar este ‘sensus fidei’ bajo una idea de doctrina eclesial inmutable, como si ella tuviera un valor prioritario por encima de lo que el propio Espíritu quiere revelarnos. Esto, además de erróneo, habría eliminado cualquier posibilidad de que el Sínodo lograra uno de sus objetivos principales: encontrar nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. No hay posibilidad de discernimiento sin un corazón abierto para escuchar lo nuevo en el llamado de Dios.
Frutos del discernimiento sinodal
En medio de grandes esperanzas, fue muy doloroso percibir en la vivencia sinodal un miedo de parte de algunos medios de comunicación, y de parte de católicos fuera del territorio amazónico, sobre lo que ha sido fuente de vida para el crecimiento del misterio de Dios en el mundo, un temor de la riqueza que viene de la diversidad cultural. Sin duda, tenemos una hermosa fuente de vida en la diversidad cultural de los pueblos amazónicos, en ellos la presencia de las semillas del sagrado misterio yace dentro de sus espiritualidades, sabiduría y tradiciones. Al temerle a esto, el resultado es a menudo una respuesta que afirma una visión monocromática, eurocéntrica, de un centro que rechaza a la periferia, y que impide que se viva plenamente la verdadera catolicidad de la iglesia.
Por el contrario, parece que como católicos y sociedad en general seguimos sin temer a la innegable crisis climática sin precedentes, la cual es el resultado de nuestro estilo de vida y modelo de sociedad en el que vivimos como si el planeta no tuviera límites, como si no hubiera un mañana o generaciones futuras. Estamos viviendo bajo el esquema dominante de la ‘cultura del descarte’, usar y tirar, poniendo en riesgo la continuidad de la revelación de Dios en todo lo creado. Esta crisis socio-ambiental es una real amenaza para la concreción del Reino que Jesús prometió. Estamos llegando a un punto de no retorno. Al no acoger este llamado, también negamos nuestra propia doctrina social en la encíclica Laudato Si’.
Pedro Arrupe, S.J., siervo de Dios, dijo una vez: “No tengo miedo al nuevo mundo surge. Temo, en cambio, que tengamos poco o nada que ofrecer a este mundo, poco que decir o hacer, que justifique nuestra existencia. No pretendemos defender nuestros errores, pero tampoco queremos cometer el más grande de ellos: esperar con los brazos cruzados y no hacer nada por miedo a equivocarnos”.
La Encarnación redentora
Debemos hacernos cargo de lo crueles que son nuestros actos de libertad cuando carecen de una experiencia fundada en Dios. Me sobrecoge hacerme consciente de lo mucho que algunos de los rasgos de mi forma de vida, y de nuestro modelo de sociedad, atentan contra el futuro. Veo nuestra perdición en esa cultura del descarte que va matando poco a poco la posibilidad de un mañana. Montañas de deshecho crecen sin parar, como un reflejo de ese anhelo insaciable de poseer más, y que nos va pudriendo por dentro. Somos responsables de la muerte cotidiana y extendida, y de sus efectos en la Amazonía, sea por opción o por omisión.
Se cree a menudo que honramos la identidad cristiana cuando la reducimos a una especie de filantropía superficial. Ello nos lleva a no comprender absolutamente nada de los “misterios” de Dios en todo lo creado. El Reino de Dios como una gran familia resultante de la Encarnación redentora.
Encárnate Señor de la vida con más fuerza. Encárnate Cristo cósmico en un amor que sobreabunde la muerte. Irrumpe en los corazones de cada persona y haz visible la luz de cada día, la luz de cada ser y de todo lo creado. Sacude nuestra frágil existencia para reconocerte en la belleza de la creación, en los trazos de hermosura en esta Amazonía lastimada. Danos la fuerza de tu causa para asumir la locura por el Reino en todo nuestro ser y en plena conciencia fraternal y universal, mirando al Cristo cósmico en ascenso como consciencia que nos aproxime al amor.
Sigamos adelante tejiendo esta experiencia inédita de Iglesia constructora del Reino y al servicio de este mundo hermoso y roto. Todo es Gracia. Que no traicionemos la fuerza interior que se nos ha dado en este Kairós. Que sigamos navegando en estas periferias existenciales, geográficas y materiales. Fecunda de esperanzas nuestras incertidumbres, para que lo hagas todo nuevo en nosotros. Que seamos un verdadero puente en esta Amazonía, y en donde sea que haga falta, donde lo diverso tenga su espacio, para que brote siempre vida nueva.
Por Mauricio López Oropeza. Director del Centro de redes y acción pastoral del Celam