El papa Francisco ha participado en los Encuentros del Mediterráneo en Marsella. Un viaje de dos días en el que ha apuntalado su continuo discurso sobre los migrantes y refugiados. “El Mediterráneo es un mar de esperanza”, ha proclamado el Pontífice frente a todas las veces que ha denunciado que se ha convertido en un cementerio humano este “lugar donde las personas de diferentes culturas y religiones pueden vivir juntas en paz y armonía”. La de Marsella ha sido la tercera edición de esta iniciativa que surgió de la Conferencia Episcopal Italiana y que tiene como objetivo fomentar el diálogo y la cooperación entre las comunidades del Mediterráneo. Con la participación de obispos, jóvenes y líderes religiosos de una treintena de países de la región se han abordado un buen número de preocupaciones comunes.
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Los primeros encuentros
Desde el viernes, la web de Vida Nueva ha dado buena cuenta de los movimientos del pontífice en este evento que parece haber venido para quedarse –ante otros posibles fracasos del pasado, como esperamos profundizar en este blog la semana que viene–. El primer acto tuvo lugar en la Basílica de Notre Dame de la Garde junto con el clero de la diócesis. “Llevemos a los hermanos la mirada de Dios, llevemos a Dios la sed de los hermanos, difundamos la alegría del Evangelio. Esta es nuestra vida y es increíblemente hermosa, a pesar de las fatigas y las caídas”, propuso el Papa. “Abramos las puertas de las iglesias y las casas parroquiales, pero sobre todo las del corazón, para mostrar el rostro de Nuestro Señor a través de nuestra mansedumbre, amabilidad y hospitalidad”, reclamó.
Una de las fotos del viaje es la oración de Francisco junto a otros líderes religiosos frente al memorial dedicado a los marineros y migrantes desaparecidos en el mar. “El cielo nos bendecirá si en la tierra y en el mar sabremos cuidar de los más débiles, si sabremos superar la parálisis del miedo y el desinterés que condena a muerte con guantes de seda”, clamó el Papa para gritas después: “No hagamos naufragar la esperanza”. “En esto, nosotros, los representantes de las distintas religiones, estamos llamados a dar ejemplo”, pues “en las raíces de los tres monoteísmos mediterráneos está la hospitalidad, el amor por el extranjero en nombre de Dios”.
La llamada
Aunque la intervención clave, en sintonía con esta plegaria, ha sido el discurso en la clausura de los encuentros ante el presidente francés Emmanuel Macron. “Quien arriesga su vida en el mar no invade, busca acogida”, sentenció Francisco en su amplia exhortación. Para el Papa, “el fenómeno migratorio no es tanto una urgencia momentánea, siempre oportuna para agitar la propaganda alarmista, sino una realidad de nuestro tiempo, un proceso que involucra a tres continentes en torno al Mediterráneo y que debe ser gobernado con sabia clarividencia: con una responsabilidad europea capaz de afrontar las dificultades objetivas”.
Por ello, el pontífice impulsó un examen de conciencia colectivo ya que, añadió, “el Mare Nostrum clama justicia, con sus riberas rezumantes de opulencia, consumismo y despilfarro, por un lado, y de pobreza y precariedad, por otro”, comentó el Papa. “Hay un grito de dolor que es el que más retumba de todos, y que está convirtiendo el Mare Nostrum en Mare Mortuum, el Mediterráneo de cuna de la civilización en tumba de la dignidad”, insistió Jorge Mario Bergoglio. Justo después, detalló que “es el grito sofocado de los hermanos y hermanas migrantes”. E incluso por ello se lanzó a proponer que “pensando en el mar, que une a tantas comunidades creyentes diferentes, creo que podemos reflexionar sobre rutas más sinérgicas, quizás incluso considerando la oportunidad de una Conferencia de Obispos Mediterráneos”. Ya retomaremos esta cuestión en 7 días.
“Hoy nuestra vida, la vida de la Iglesia, Francia, Europa necesitan la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza”, fue uno de los mensajes en la misa presidida por el Papa. Una eucaristía a la que asistieron unas 55.000 personas, entre ellas la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. En línea con el evangelio y con el fin de semana, Francisco denunció que “nos podemos enfermar en nuestra sociedad europea: el cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre, un sentido general de tristeza”. Por ello invitó a “ser cristianos que encuentran a Dios con la oración y a los hermanos con el amor; cristianos que saltan, vibran, acogen el fuego del Espíritu para después dejarse arder por las preguntas de hoy, por los desafíos del Mediterráneo, por el grito de los pobres, por las ‘santas utopías’ de fraternidad y de paz que esperan ser realizadas”. ¿Resonará este eco por todo el Mediterráneo?