Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Entrar en el reino de los cielos


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La interpretación directa y espontánea de esta frase coincide con el “ir al cielo” que tantas veces utilizamos. No está mal, pero hay otra interpretación posible. Si resulta que el Reino de los Cielos ya está entre nosotros, y si resulta, como bien sabemos, que no tiene nada que ver con un lugar geográfico, sino que es un estilo de vida, una manera de vivir según la voluntad de Dios, anunciada y propuesta por Jesús en su misión y recogida en los Evangelios, entonces “entrar en el Reino de los Cielos” consistirá en adoptar ese estilo de viva, en vivir de acuerdo a lo que Jesús propone.



Visto así, se entiende perfectamente aquello de que “el Reino de los cielos es de los que se hacen violencia”, porque para entrar en él hay que darle guerra al propio ego, hay que renunciar a muchas costumbres y hábitos adquiridos, hay que matar de raíz la insolidaridad y el egoísmo, el orgullo y la soberbia; en fin, que es toda una lucha.

Se entiende también perfectamente eso de que “hay que entrar por la puerta estrecha”, que es la puerta del esfuerzo personal, pero también la puerta del “servicio”, por la que entran las criadas; no es la puerta principal de los señores. Como es lógico, por esa puerta entrarán antes las prostitutas y los publicanos que los fariseos, escribas y demás personajes del establishment eclesial y político.

camino vías de tren

Hay que anotar también que ese Reino “no es cuestión de comida ni de bebida”, sino “de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo”. El cristiano se vio liberado de prescripciones que prohibían comer ciertos alimentos o tomar ciertas bebidas, porque desde que Dios se materializó y se encarnó en Jesús de Nazaret, todo el universo ha quedado sacralizado, y nada es impuro si el corazón del hombre no lo hace tal.

Un regalo

Pero, finalmente, no podemos olvidar que entrar en el Reino es una gracia, un regalo; porque es Dios quien nos invita, quien sale a los caminos del mundo para invitar a los cojos y mudos, a los desvalidos y pordioseros, a los que no cuentan, a “todos, todos, todos”, como dice el papa Francisco.

Y si el Reino es gracia, hay que desearla y pedirla. Por eso Jesús nos ha enseñado a rezar, y lo decimos cada día varias veces: “Venga a nosotros tu Reino”.