De un modo misterioso, todo conflicto del mundo tiene una raíz en cada uno de nosotros, aunque sea una fina y sutil raíz ramificada y subterránea por la que apenas se nos podría pedir responsabilidad; pasa inadvertida. Pero si queremos solucionar todos esos conflictos mundiales o mejorar las cosas, el cambio comienza en el interior de cada uno de nosotros.
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El interior de cada persona no sucede solamente en el cuerpo que cierra su piel, sino que parte de nuestro interior está en cada uno de nuestros vínculos y relaciones. En el “entre” tú y yo, en el “entre” del grupo y el nosotros numeroso, en el “entre” de la sociedad que formamos con tanta gente, hay una interioridad de la que participamos. Es un interior indiviso, que no podemos llevarnos cada uno por nuestra parte, que no podemos despiezar e individualizar, sino que solo lo podemos tener todos juntos. En cada uno de nosotros hay una interioridad compartida que podríamos denominar entrerioridad.
Esa entrerioridad es parte de nuestro cuerpo social, que en sus últimas raíces nos une con toda la humanidad. Igual que tenemos un cuerpo simbólico que participa del interior de todas las cosas que nombramos y creamos. Por eso cada persona tiene un mundo de vida, porque tiene una interioridad extensa que nos une a todos por las raíces de la Razón amada. En la entrerioridad compartimos valores, creencias, experiencias, sentimientos, lenguajes silenciosos que no surgen de cada uno, sino de la misma relación entre dos o más.
Unidos a todo ser humano
Cuando no vemos la interioridad como algo que solo sucede dentro de mi piel, sino que está involucrada en cada cosa de nuestro mundo y en la entrerioridad que de un modo u otro nos une a todo ser humano del hoy, del ayer y del mañana, entonces puede arrancar una revolución capaz de parar cualquier guerra como las que ahora sufrimos.