Hoy día, en que padecemos sequías angustiosas, lluvias torrenciales o incendios descomunales, es frecuente oír que las causas de estos fenómenos se deben al cambio climático. Un cambio climático que se usa como un fetiche –en este caso, negativo– y que, lo peor, sirve para ocultar responsabilidades personales y de gobierno.
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No entraré en la compleja cuestión del cambio climático, aunque sí me atrevo a ofrecer algunas consideraciones telegráficas al respecto. 1) El cambio climático es innegable, pero porque el clima cambia permanentemente (aunque los períodos temporales en que se desarrolla ese cambio superan con mucho la medida humana). 2) Lo que hay que demostrar y medir es el grado de incidencia de la actividad humana en ese cambio. 3) No todos los países colaboran de la misma manera en ese cambio climático: de nada –o de muy poco– sirve que haya países preocupados en cuidar la polución ambiental –en general, todos los europeos– mientras otros –como China, Rusia o India, por ejemplo– no tienen ningún problema en hacerlo.
El profeta Jeremías
En cualquier caso, lo de utilizar el cambio climático como fetiche, es decir, esgrimido acríticamente, me ha recordado un texto del profeta Jeremías. Dicen los expertos que, en el año 609 a. C., Jeremías se dirigió a la puerta del templo de Jerusalén y pronunció allí un discurso o un sermón que básicamente está recogido en el capítulo 7 de su libro. En esencia, el sermón se dirigía contra los habitantes de la ciudad, que consideraban al templo como un fetiche que les libraría de las desgracias, independientemente de su comportamiento. Estas son las palabras del profeta:
“Así dice el Señor del universo, Dios de Israel: ‘Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor. Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre’” (Jr 7,3-7).
No por mucho repetir que el cambio climático explica las desgracias naturales que padecemos se convierte en verdad indubitable. ¿Y si hubiera que limpiar los montes y bosques, y las ciudades, o utilizar más eficientemente el agua, por ejemplo, para que esos fenómenos atmosféricos fueran menos destructivos?