Como todo el mundo sabe, el pasado 8 de septiembre murió la reina Isabel II de Inglaterra. En su funeral oficial, el día 19 de ese mes, se cantó –como había dejado dicho la propia reina– el Salmo 23, conocido como del buen pastor. La elección es del todo acertada, aunque no se pueda decir que sea muy original, como se puede comprobar en los centenares de películas en las que ese salmo –al menos sus primeras palabras: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”– aparece recitado en una escena de funeral o de entierro.
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De ‘El hombre elefante’ a Jarhead, el infierno espera’
Sin embargo, hay dos de esas películas que incluyen el salmo de una forma un tanto original. La primera es ‘El hombre elefante’, de David Lynch (1980). En el filme se cuenta la historia de un hombre con unas enormes deformidades. En un momento clave de la película, John Merrick –que así se llama en la cinta el protagonista–, este hombre, considerado por muchos como poco más que un animal, “demuestra” ser una persona precisamente cuando se le ve recitar el Salmo 23 completo (el doctor Treves, que se ocupaba de él, solo le había enseñado las primeras palabras). De esta manera, el salmo abandona ese contexto habitual de muerte que se le ha reservado en el cine para erigirse como signo de vida y de una humanidad naciente (en la escena de la película, esto queda resaltado además con la luz que la ilumina).
El otro ejemplo cinematográfico resulta más singular. ‘Jarhead, el infierno espera’, de Sam Mendes (2005), es una especie de crónica de la Guerra del Golfo en la que se contemplan los miedos y anhelos de unos jóvenes norteamericanos convertidos en ‘marines’. En una de sus escenas, el sargento Sykes –interpretado magníficamente por Jamie Foxx– arenga al pelotón de soldados bajo sus órdenes y les dice: “Aunque fuera por los valles sombríos de la muerte, ningún mal temería, porque soy el hijoputa más cabronazo de toda la mierda del valle”. La referencia al salmo es evidente, aunque parece claro que estamos ante un caso de “reescritura”, por decirlo suavemente.
En todo caso, y aunque resulte manido, siempre es emocionante escuchar las palabras del Salmo 23 –con sus dos imágenes fundamentales del pastor bueno y el anfitrión acogedor– en la despedida de un ser humano que se dispone a encontrarse definitivamente con su Señor.