Hace unos 40 años me invitaron a participar en un panel sobre cristianismo y marxismo. Mi asistente -entonces se le llamaba secretaria- le compartió a una amiga su preocupación: “El padre Paco va a dar una plática sobre el marxismo. Recemos por él”. Pasaron dos décadas y recibí la misma solicitud. La señorita se lo participó de nuevo a su confidente, solo que ahora con un tono de conmiseración: “¿Qué crees? ¡Todavía el padre está dando pláticas sobre el marxismo!”.
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La lástima de mi colaboradora tenía qué ver con los acontecimientos de la época. En 1989 se dieron dos eventos paradigmáticos en Europa: la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, ambos emblemas del sistema comunista. El que yo, hacia fines del siglo pasado, todavía disertara sobre tales palabras -marxismo, socialismo, comunismo… eran para ella lo mismo- despertaba en ella sentimientos de ternura.
El capitalismo o neoliberalismo se proclamó triunfador y a partir de ese momento sus referencias contrarias pasaron a ocupar páginas en los diccionarios y los libros de historia. De vez en cuando surgirían remedos tropicalizados de lo que Marx y Lenin imaginaron, como en Cuba y Venezuela, por mencionar dos de los experimentos más publicitados. Pero de que el comunismo estaba muerto lo estaba.
Contra la economía de la exclusión
Pues parece que ese fallecido resucita de tiempo en tiempo, y de nuevo se le asocia con el papa Francisco. Ya había pasado cuando inició su pontificado, y en especial a raíz de la ‘Evangelii gaudium’, en los números 53 y 56 -en los que critica la economía de la exclusión, el que se tire la comida cuando hay gente que pasa hambre y el que las ganancias de unos pocos crezcan exponencialmente-, se ganó la enemistad de sectores conservadores norteamericanos, que lo tacharon de marxista.
Hoy vuelve la acusación, motivada por el videomensaje que el Papa ha dirigido con ocasión de la 109 Conferencia Internacional del Trabajo, y en la que declara que los sindicatos expresan el perfil profético de una sociedad pues, como los profetas, dan voz a los que no la tienen y protegen a los que no se les respetan sus derechos laborales.
También se refirió a los empresarios, a quienes recordó que su verdadera vocación es producir riqueza para el servicio de todos, y que al hablar de propiedad privada no debemos olvidar que es un derecho secundario, supeditado al destino universal de los bienes. Ambas declaraciones le han valido el despectivo epíteto.
Me parece que a Francisco de Roma le pasa lo que a Helder Cámara, el célebre obispo brasileño, quien declaró: “Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy comunista”.
Así pues, mientras el Papa argentino pida por el fin de la pobreza en el mundo será aplaudido, pero si intenta escarbarle a sus causas estructurales será vilipendiado, es decir, tildado de comunista.
Pro-vocación. Por 168 votos a favor, 55 en contra y 6 abstenciones, los obispos norteamericanos, reunidos en asamblea virtual, aprobaron el redactar un documento sobre la eucaristía, que tiene como talón de fondo el impedir el acceso del presidente Joe Biden a la comunión, debido a su postura favorable hacia el aborto.
De nada sirvieron los llamados diplomáticos del Vaticano para no escalar un problema que minimizaría otros como la migración, la condena a la pobreza y al racismo, y la destrucción del medio ambiente; ni la indicación del Papa: “La eucaristía no es el premio de los santos sino el pan de los pecadores”. En fin. Ya acusarán también a Bergoglio, estoy seguro, de abortista.